La vida moderna Merma

La dimensión Mariana

Mariana Pineda, la nueva concejala de Cultura de nuestra ciudad, tiene criterio, conciencia y efervescencia

Mariana Pineda.

Mariana Pineda. / L. O.

Gonzalo León

Gonzalo León

Cuando los gobiernos no pueden ser conformados por mayorías amplias es habitual encontrar situaciones en las que se hacen repartos de carteras -o de poder- para así contentar al que tiene la llave de tu gobernabilidad. En muchos casos, esta cuestión supone ceder y conceder a personas o perfiles, que en nada se parecen a ti, atribuciones y responsabilidades a cambio del gran trofeo que resulta ser el poder de gestión.

Nuestro ayuntamiento vivió en anteriores capítulos diversas escenas comunes en el ámbito político pero que en clave local suelen ser más durillas de digerir. Partiendo de la base del respeto, reconocimiento y admiración hacia quienes generan esa vocación de servicio, sí que es cierto que no todas las áreas son igual de relevantes e incluso con la misma sensibilidad.

Llamaba la atención, en el caso de Málaga, que el Área de Cultura -concejalía mediante- fuera el regalo que se le entregaba a un partido sin recorrido ni experiencia en una ciudad como la nuestra. Huelga decir que esta circunstancia era extensible incluso al perfil de quien ostentaría el cargo pues, más allá de su amabilidad, proactividad y buenas intenciones, no provenía del ámbito cultural en lo profesional por lo que, por decirlo de manera elegante, la cultura de Málaga se le estaba dando a gente que no sabía manejar muy bien la nave.

Fueron -fuimos- muchos los que no lo comprendimos. O más bien los que no querían -queríamos- asumir que todo está a la venta cuando la vara está en juego. Si bien es cierto que en otras circunstancias y localizaciones el ámbito cultural puede llegar a posicionarse en un segundo plano, en el caso de Málaga resulta capital. Nuestra ciudad necesita una hoja de ruta real en el ámbito cultural pues, además de ser justo y necesario, es una obligación cuando se nos presupone un nivel que pudiera llegar a ponerse en cuestión si se analiza en condiciones.

Y es que vivir de eslóganes está genial. Pero el de «la ciudad de los museos» está a un paso de recordarme a la ciudad de chocolate que montan en Estepa cuando llega Navidad. Muchas cosas bonitas, que atraen y de las que todo el mundo habla bien pero que, cuando llegas al lugar, te dicen que ni se tocan ni se comen. Y algo así pudiera suceder en una ciudad empoderada de museos pero sin ciudadanos que los huelan.

Hay que encontrar bien el truco para que, además de los que nos visitan para muchas cosas y de paso consumen ilustración, no cieguen la necesidad extraordinaria de que la cultura real conecte con los ciudadanos reales. Obviar que hablamos de un producto también turístico sería un error, pero por el camino se puede quedar la gente que, conviviendo con cosas extraordinarias, viva en la misma ordinariez que quien nada tiene a su alrededor.

Por eso, ante esa situación tan compleja, llamó la atención el mercadeo con tan importante cartera. Son negocios, amigo. Y los del color naranja tiraron fuerte porque bien fuerte tenían cogido el tema y se sabían fundamentales en el negocio. La pena es que, como era de esperar, detrás no había mucho. O nada. Y quizá fue más travesía por el desierto que otra cosa.

Ahora, pandemia mediante, la ciudad ha llenado sus pulmones de oxígeno y se encuentra en la sala de despertar del sanatorio. Y tras los últimos comicios, bien pareciera que, extrapolado al ámbito interno de los partidos -en los que se acuerda quienes de la estructura cogen carguillos, el alcalde reservó ese espacio para él. Y la cultura se ha dado a alguien de la cultura.

La rendición de Breda del pasado, en el que Justino entregaba la llave a Ambrosio ya es polvo. Y De la Torre se guardó esa parcela para él. Y en definitiva para Málaga. Para que no se manchara. Y con la pulcritud del conjunto de ropa de primera puesta de un recién nacido, aparecía en el espectro local una malagueña que en un suspiro ha generado el interés y respeto de un mundo tan vivo como pobre según el caso.

Mariana Pineda, la nueva concejala de Cultura de nuestra ciudad, tiene criterio, conciencia y efervescencia. Y se nota a leguas que sabe la ruta que debemos seguir.

Un perfil brillante en instituciones como Fundación Contemporánea o el propio Ministerio de Cultura hacen que la vista la tenga más allá de donde todos miramos. Porque es su obligación. Y porque es exactamente lo que Málaga necesita para la gestión de su cultura. De gente con buenas intenciones y con ánimo de ponerle ganas a las cosas está el cementerio lleno. Aquí se trata de otra cosa. De espabilar.

Y es que los retos que tiene por delante son bastantes. Y toca ver cómo se afrontan por parte de alguien que sabes más de construir cultura que de aparecer en las fotos. No es política. Es independiente y se sobreentiende que esa categoría te da el permiso suficiente para afrontar con franqueza cuestiones que quizá merezcan un repasillo.

No tenemos mucho tiempo y sí bastante tarea. Para desenmascarar lo que no es cultura pero se disfraza a diario de ella. Lo que vive bajo el paraguas gigantesco de que «toda la cultura es deficitaria» y por lo tanto todo vale. Lo que directamente es la nada pero se ampara y amortigua.

Es el tiempo de que alguien defina la estrategia de la gestión cultural de una ciudad que según el día se asemeja a una buena capital europea que da un giro rápido de timón y es un parque temático vestido de limpio -cada vez con menos frecuencia-.

La cultura malagueña ha entrado en la dimensión Mariana. El nombre acompaña -garrote vil a parte- a alguien comprometida con la cultura real y verdadera a la que, a Dios gracias, todo apunta no dejará tirada por sostener un carguillo que en ningún caso demandaba. La cultura en Málaga es como el wifi de los trenes. Sabes que existe. Pero no siempre te conectas. Estamos en sus manos, Pineda.

Viva Málaga

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