MIRANDO AL ABISMO

El poder y el egoísmo

María Gaitán

María Gaitán

Desde que existe el mundo los seres humanos han estado embarcados en una incansable búsqueda del poder. Se declaran guerras en nombre del poder, se discriminan y rechazan seres humanos en nombre del poder. El poder saca lo peor del ser humano.

Supongo que ya que nuestra vida gira el torno a él, no debería ser necesario definirlo, pero lo hago ya que creo que hay matices en su definición que suelen obviar se en el uso diario que se hace del poder. Una de las definiciones más acertadas sería «la capacidad de un individuo para influir en el comportamiento de otras personas» es decir, la capacidad de alguien para conseguir que otros hagan su voluntad. Para lograr ese resultado, a menudo es necesario usar algún tipo de manipulación haciendo más atractivas las opciones que queremos que los otros elijan, o usando el miedo o las amenazas si elijen la que no queremos. Pongamos un ejemplo haciendo nuestra opción atractiva: Si te vas a dormir a las diez todos los días, te llevaré al cine el domingo a la película que tú quieras. Ahora un ejemplo con el miedo o la amenaza: Si no te vas a dormir todos los días a las diez te castigaré sin móvil una semana y no podrás ver a tus amigos en un mes. Son dos ejemplos muy sencillos, pero así funciona el mundo. Todo se elije o se descarta en función de nuestra conveniencia, de qué sacamos de esa elección.

El problema viene cuando los que quieren ostentar el poder son los políticos, los gobernantes de un país, y las promesas que hacen para obtenerlo comprometen al resto de la ciudadanía. En estos días observo cómo los políticos españoles se despedazan y se pasan las responsabilidades de sus acciones unos a otros como si fueran niños jugando a la pelota en el patio del colegio.

El poder siempre va siempre de la mano del egoísmo, por lo que cuando alguien quiere poder, no sólo lo quiere para él, sino que quiere que los otros no lo consigan. Es este egoísmo el que, a mi parecer, está dirigiendo las acciones de los políticos españoles. No son capaces de miras más allá de sus propios intereses. No se preocupan por los ciudadanos. No les preocupa el precio del combustible, ni el de la luz, ni la subida de los productos básicos en la cesta de la compra, ni tomar medidas para paliar la sequía.

Ahora mismo estamos asistiendo desde una no deseada primera fila la peor cara de la democracia. Ya lo advirtió Platón en la ‘República’, cuando los ciudadanos delegan la toma de decisiones y no participan de la vida política de la ciudad, todo se va a pique.

Puede que sea hora de recordar aquello tan marxista de la conciencia de clases y salir a las calles a reclamar que quienes dicen tener una vocación de servir, sirvan a alguien más que a ellos mismos.