Anuario 2023

2024: ojalá sea el año de una feliz normalidad

Estamos amenazados por la sequía. En cuanto llueva, se olvidan

El aeropuerto, entrada del maná.

El aeropuerto, entrada del maná. / Álex Zea

Jose María de Loma

Jose María de Loma

Después del paréntesis que la pandemia supuso en nuestras vidas -y haciendas- llegó la bendita normalidad. Llegó en 2022 pero bien puede decirse que estalló en su plenitud en este 2023 que acaba de morir. Es ahora cuando las estadísticas, la actividad, los parámetros, vuelven a ser los de prepandemia. Tal o cual sector vuelve a los niveles prepandemia, nos informan con frecuencia los titulares. En la construcción, en la hostelería, en el turismo, el aeropuerto, en la vida oficinesca y parlamentaria, en la venta de coches, en las exportaciones, en la actividad agraria y comercial. En todo. Pero una normalidad dopada. Excesiva. No cabe un alfiler en restaurantes y hoteles, no se cabía en las playas este verano, no se cabía en los centros históricos de las ciudades españolas durante estas navidades. Pareciera que quisiéramos apurar al máximo esta normalidad, este presente. No se desaprovechan fines de semana ni puentes, ni vacaciones ni ocio. Pese a la inflación. Vivir al día es casi una obligación. No sabemos que nos deparará 2024 pero no se atisba un cambio de ciclo o ritmo vital.

Pantano semiseco, que nos recuerda nuestra debilidad como especie.

Pantano semiseco, que nos recuerda nuestra debilidad como especie. / Álex Zea

Salvo que se nos demanden algunas de las guerras en curso, Ucrania, Gaza, y todo se vaya al garete o al cielo o al infierno, parece que 2024 acentuará esa tendencia de que cada cual con sus posibilidades apure cada ocasión y llene terrazas y grandes almacenes, tabernas, gimnasios y emblemáticas ciudades turísticas. El tono vital del españolito puede seguir alto, pese a la crispación en la clase política, que, ay, va traspasándose a la conversación cotidiana de la gente en el café. O a la cena de Nochebuena. Sin embargo, esa alegría de vivir, pese a los cenizos, crispadores, agoreros e inflación, puede verse amenazada por muchos asuntos. Uno de ellos, la sequía. Queda agua para poco tiempo en Andalucía en general y en Málaga en particular. Ya se barajan soluciones, a ver quién dice la chorrada más gorda, pero también paliativos serios: barcos, corrección de fugas, trasvases, construcción de desaladoras. El agua, si nos falta, afectará a la economía y al turismo, a la vida cotidiana e incluso a la higiene. A la agricultura. Para no ser uno de esos agoreros que unos párrafos atrás censurábamos, diremos nuestra profecía: lloverá dentro de poco, lloverá mansa y abundantemente y entonces, bien mojados, volveremos a las tradicionales políticas hidráulicas: no hacer nada. Improvisar. Acusarse mutuamente. No sabe uno a qué espera el Gobierno y la Junta para construir las dos desaladoras concedidas, una de ellas en la Axarquía. Y aunque no venga a cuento, tampoco sabe uno a qué esperan para prolongar el Cercanías. Y hay que ampliar la ronda Este. En Málaga se invirtió fuertemente (rondas, AVE, aeropuerto) pero ya va prescribiendo. Hay que clamar. Dar el cante. A lo mejor hasta ayudamos a que llueva. Pero no nos desviemos: 2024 será el de la vuelta a la normalidad absoluta. Nótese lo estrambótico de la frase, dado que no incluye lo imprevisto. Como las citadas guerras, la sequía o la crispación política. Un año más, un año menos. Por estas fechas, quien más y quien menos hace más balances que un contable. El claroscuro es inevitable, pero también lo es pensar que estamos en un país formidable y en un rincón, la provincia de Málaga, de acentuadísimas posibilidades. Nos quiere hasta Google. No hay que dormirse en la complacencia ni hay longanizas con las que atar a los perros. Lo normal es no poder acceder a una vivienda. Pero eso lo analizan plumas más cabales en otras páginas de este anuario. Feliz (ojalá) normalidad.