El Adarve

Un insulto peculiar

Miguel Ángel Santos Guerra

Miguel Ángel Santos Guerra

Me cuenta mi sobrino Alberto, que está viviendo ahora en Dubai, en compañía de su pareja taiwanesa Angelina, que existe en Taiwán un curioso y significativo insulto que se utiliza en lenguaje mandarín. No conocía este hecho. Es más, nunca hubiera sospechado que pudiera existir. Cuando una persona se porta mal, cuando obra de forma injusta, descortés o agresiva, suele escuchar el siguiente insulto:

- Me cago en tu profesor.

Este insulto se convierte en un claro elogio a la profesión docente. Cuando la influencia beneficiosa del educador sobre el alumno no se ha producido, queda al descubierto su torpeza o su escasa competencia. Lo que quiere decir el insulto es que si ese profesional hubiera actuado bien, si hubiera sido competente, si hubiera cumplido con su misión, no se hubiera producido este mal comportamiento en uno de sus alumnos.

Según me cuenta la pareja, la figura del docente es admirada y respetada en Taiwán no solo de forma teórica sino también en la actividad de las escuelas y las aulas. Los alumnos manifiestan un respeto sincero y profundo hacia el profesor, le obedecen de buen grado y le muestran admiración y afecto. El orden y el silencio que se necesitan para realizar un trabajo eficaz y para que la convivencia escolar sea armoniosa florecen con espontaneidad gracias al reconocimiento y al respeto que sienten hacia sus profesores y profesoras.

El docente es allí una autoridad, una figura importante para la sociedad en general y para las familias, no solo para los alumnos y alumnas en las aulas. El reconocimiento social es una fuente de la que beben quienes atraviesan las etapas del aprendizaje escolar.

Este hecho singular me ha llevado a dedicar estas reflexiones a la necesaria valoración que ha de hacer una sociedad de aquellas personas que dedican su vida a la docencia. En una sociedad en la que quien tiene conocimiento tiene poder, el profesor es aquel profesional que comparte generosamente el conocimiento que posee.

Desde aquí quiero hacer una llamada de atención a los políticos para que muestren, no solo en los discursos sino, sobre todo, en los hechos, una actitud sincera, respetuosa y coherente, con los profesionales de la enseñanza. Escucharlos, entenderlos, satisfacer sus demandas y necesidades es un modo de reconocer la importancia de su labor. Creo que la política debería generar las condiciones para que sean seleccionados los mejores ciudadanos y ciudadanas del país para la tarea docente, perfeccionar su formación inicial y permanente y mejorar sus condiciones laborales.

La sociedad tiene que cuidar a los profesores de sus hijos e hijas. Tiene el deber de mostrarles respeto, gratitud y afecto, Cuando fui miembro del Consejo Social de la ciudad de Málaga solicité de la corporación municipal que se dedicase una calle de la ciudad a los que habían sido, a los que eran y a los que serían en el futuro profesores de los niños y de los jóvenes. Una calle que llevase este nombre: «Calle de todos los maestros». También solicité y se me concedió, que se dedicase, en algún lugar emblemático de la ciudad un monumento de homenaje a los maestros (y a las maestras, claro está).

Creo que las familias tienen un papel muy importante en el necesario desarrollo de una actitud positiva hacia los docentes de sus hijos e hijas. Todas las piedras que tiran los padres al tejado de la escuela caen irremediablemente sobre las cabezas de sus hijos.

Pienso que, entre nosotros, se ha deteriorado la relación de apoyo al profesorado. El rigor y la exigencia que antes se manifestaban hacia los hijos se ha desplazado hacia los profesores. Recuerdo una viñeta que expresa muy bien lo que estoy diciendo. Trata de reflejar la diferencia de actitud de la familia ante los malos resultados de una evaluación. Se ve a unos padres, bajo la fecha del año 1970, enarbolando el boletín de evaluación agresivamente y recriminando al hijo con estas palabras: ¿qué notas son estas? En la segunda, situada en el año 2020, los padres, agitando un boletín semejante se encaran con el profesor diciendo la misma frase: ¿qué notas son estas?

No digo que no se pueda criticar la actuación deficiente de los profesores. No solamente es deseable, es necesario para que se pueda mejorar. Los profesores no somos infalibles. Tenemos que saber que una queja fundamentada es un regalo, que una crítica respetuosa es una ayuda. Lo que no deben hacer los padres es descalificar, despreciar, ridiculizar y desautorizar a los profesores.

Hay que acabar con la falsa idea de que pueden dedicarse a esta profesión las personas que no son capaces de desempeñar cualquier otra. Una maestra argentina me contaba que tenía una alumna que todos los días, cuando llegaba a casa, le decía a su madre:

- Mamá, no te puedes imaginar qué maestra más inteligente tengo este año, es que es muy, muy inteligente. La más inteligente que he tenido.

La madre, replicó:

- No insistas, hija, No será tan inteligente si es maestra.

Este año, cuando mi hija se preparaba para la selectividad, conocí la reacción de unos padres que recriminaban a su hijo que quisiera estudiar Magisterio, habiendo obtenido notas sobresalientes en el Bachillerato:

- Pero, hijo, ¿cómo vas a desperdiciar unas notas tan brillantes? Elige unos estudios más importantes, más exigentes…

Nadie mejor que los padres y las madres puede inspirar una actitud de respeto, admiración y afecto hacia quien enseña a sus hijos.

En la escuela pública a la que mi hija Carla asistió el año que vivimos en Golway (Irlanda), existía una norma que considero muy hermosa: todos los días, al terminar las clases, los niños y las niñas agradecían a los profesores todo lo que les habían enseñado. Cuando regresamos a España perdió esa costumbre en muy poquito tiempo.

Esta anécdota del insulto me lleva a pensar en el papel que tenemos los profesionales de la educación en la conquista de la autoridad. Creo que nosotros tenemos que hacernos acreedores al apoyo, a la admiración, al respeto de nuestros alumnos y alumnas, incluso al de toda la sociedad.

¿Y cómo podemos conseguir este apoyo incondicional? Creo que la mejor forma de hacerlo es adquirir una competencia profesional elevada. Es decir, saber, saber, saber. Y también saber hacer. Y, sobre todo, saber ser. También es importante querer. «Esta profesión, dice Emilio Lledó, gana autoridad por el amor a lo que se enseña y el amor a quienes se enseña».

Es necesario un compromiso con la tarea que nos lleve al trabajo intenso, al esfuerzo continuado y al ejemplo permanente. Bandura insistía en la importancia del aprendizaje vicario. «El ruido de lo que somos llega a los oídos de nuestros alumnos con tanta fuerza, que les impide oír lo que decimos», decía Emerson.

Hay, a mi juicio, formas equivocadas de conquistar el respeto. Una de ellas es el autoritarismo. La imposición de un régimen que obedece al lema del «ordeno y mando». Ese régimen suscita rechazo y miedo. Cuando el alumno participa y decide, cuando se siente protagonista, cuando se siente respetado y querido, cuando puede elevar la voz y se siente escuchado, respeta y aprecia a quien le enseña. Lo cual no quiere decir que no haya exigencia y demanda del necesario esfuerzo. Un esfuerzo que surge espontáneo cuando las tareas tienen interés y sentido, cuando las relaciones están transidas de emoción y respeto.

La entonces ministra de Educación Esperanza Aguirre tuvo la peregrina idea de proponer el uso de tarimas en las aulas con el fin de que esa diferencia física de nivel provocase el respeto al expresar que entre el profesor y los alumnos existe una distancia intelectual y social. Recordé entonces que Freinet quemó un día de mucho frío la tarima que tenía en el aula para mitigar el frío de sus alumnos. No creo que ese día Freinet perdiese ni un ápice de su autoridad. ¿Verdad, señora Aguirre?

Me gustaría cambiar el insulto con el que iniciaba el artículo por un elogio al profesor cuando las personas hacen algo bueno, cuando se muestran solidarias y respetuosas. Quiero decir que ojalá la sociedad sepa valorar la importancia que tienen los docentes en la formación de los ciudadanos y en la transformación de la convivencia. Como decía Paulo Freire la educación no cambia el mundo, forma a las personas que van a cambiar el mundo.