HOJA DE CALENDARIO

La normalización de la barbarie

Los pilares del orden global posterior a la Segunda Guerra Mundial parecen estar desmoronándose. Los conflictos violentos se han convertido en el método por defecto para resolver los desacuerdos entre países (Rusia y Ucrania) y dentro de ellos (Yemen y Sudán)

Un niño palestino entre los escombros de un edificio destruido en la Franja de Gaza

Un niño palestino entre los escombros de un edificio destruido en la Franja de Gaza / Naaman Omar / Zuma Press / Contactophoto

Antonio Papell

Antonio Papell

El sinsentido de la guerra de Ucrania, en cierto modo consecuencia de la apatía occidental ante la conquista rusa de Crimea unos años antes, ha pasado a la irrelevancia en los medios de comunicación —es decir, en la opinión pública—, arrinconado por la brutal resurrección del conflicto del Cercano Oriente, que ha desbordado todos los límites aceptables de una confrontación territorial que dura ya tres cuartos de siglo y que ha alcanzado una desproporción paroxística. Tras un atentado masivo de Hamás que asesinó a más de un millar de israelíes, la respuesta de Jerusalén ha sido de una desmesura inaceptable ya que se ha sobrepasado la cifra de 25.000 muertos palestinos, en gran parte civiles y niños.

Mohamed El Baradei es presidente emérito de la Agencia Internacional de Energía Atómica, organismo que manejó con extraordinario tacto la guerra fría, y contribuyó grandemente a la paz y a la no proliferación nuclear, por lo que recibió el premio Nobel de La Paz en 2005. Y ahora, desolado, contempla el panorama global con un sentimiento de gran frustración. En un artículo recién publicado en la prensa internacional, El Baradei ha evocado la gran pandemia, que “fue un poderoso recordatorio de nuestras vulnerabilidades comunes, nuestra humanidad compartida y la importancia de una solidaridad que trasciende nuestras diferencias de fronteras”; un contratiempo, en fin, que pudo haber encarrilado los gravísimos problemas de la humanidad hacia un horizonte más despejado. Y sin embargo —ha escrito— “ahora me pregunto si me equivoqué al tener esperanzas. Una vez que la pandemia disminuyó, volvimos corriendo al precipicio con renovado vigor. Ninguna de las lecciones de solidaridad se mantuvo, como si estuviéramos cubiertos de teflón. Muchos, si no todos, los pilares del orden global posterior a la Segunda Guerra Mundial parecen estar desmoronándose. Los conflictos violentos se han convertido en el método por defecto para resolver los desacuerdos entre países (Rusia y Ucrania) y dentro de ellos (Yemen y Sudán), mientras que el sistema de seguridad multilateral, encabezado por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, está cayendo en la irrelevancia”. “Además –prosigue-, la brecha de desigualdad entre el Norte Global y el Sur Global se ha ampliado […] Con el populismo y el autoritarismo en aumento, los ataques a los derechos humanos y los valores democráticos se han intensificado […] Y la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China se está convirtiendo rápidamente en un fin en sí misma”. Y “la guerra en curso entre Israel y Hamas ha asestado un golpe particularmente aplastante al sistema. Las graves violaciones del derecho internacional humanitario para proteger a los civiles son increíbles. De hecho, las atrocidades cometidas contra civiles, primero en Israel y ahora en Gaza, son malvadas en su forma más pura”.

El Baradei destaca además la inexorable fractura entre el mundo árabe y occidente, una consecuencia indeseada del final de la guerra fría; mientras esta se mantuvo, las potencias graduaban la intensidad de la confrontación. Ahora, sin este control, los actores menores de la diplomacia global no se ven obligados a someterse a reglas. Es el caso de Israel, una democracia que pierde los estribos ante una agresión y sale claramente de la órbita civilizada en la que está instalada.

El Baradei no solo se lamenta en su declaración: también saca una conclusión necesaria: el caos actual no se resuelve mediante la buena voluntad: es preciso que la comunidad internacional realice reformas estructurales. Y sugiere algunas pautas: el Consejo de Seguridad de la ONU debe desaparecer o reducir drásticamente el poder de veto de las cinco potencias; el papel de Naciones Unidas ha de ser más coercitivo cuando estén en juego grandes valores universales; Estados Unidos y Rusia deben reanudar cuanto antes, y con sentido de responsabilidad, sus negociaciones sobre desarme nuclear; las instituciones de Bretton Woods, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, han de entregar “al mundo en desarrollo una participación justa en la toma de decisiones globales y un acceso equitativo a los recursos financieros para el desarrollo”. En definitiva, el mundo tiene que cambiar para el desorden remita y la racionalidad basada en principios recupere su cometido rector.

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