TRIBUNA

Ahorro ruidoso contra lujo silencioso

Nada más agarrado que alguien con mucho dinero que alardeará de lo barata que le salió esa tercera residencia o de este reloj que le regalaron en una convención

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Miqui Otero

Decíamos ayer que el lujo silencioso en realidad siempre había estado ahí. Se empezó a comentar más con la última temporada de Succession, esa serie sobre magnates que vestían sin ostentación: gorras lisas de 600 euros, cazadoras sencillísimas de 7.000 y coches Tesla más listos (y más aparentemente humildes) que El coche fantástico. No eran los únicos: parte de la esfera de los famosos optaba por ese look (un jersey de Brad Pitt, tan parecido al tuyo de Zara, cuesta 2.500 dólares). La opción de este tipo de lujo sin grandes logotipos ni excentricidades se asociaba con la elegancia y la (ejem) clase. Aunque ya comentamos aquí (y de eso sabemos mucho, porque crecimos en Barcelona, una meca del lujo silencioso donde la alta burguesía siempre lo ha practicado), que esta estética también podía ser una forma de camuflar el privilegio y preservar la fortuna, además de una especie de saludo motero o masón entre pijos. De hecho, el lema de una de estas marcas es If you know, you know (Si lo sabes, lo sabes).

Pues bien, leía ayer que entre la Generación Z está de moda lo contrario. La etiqueta de «ahorro ruidoso» (en realidad, loud budgeting, así que presupuesto escandaloso o a voces podría ser otra traducción) ha triunfado en Tik Tok, concretamente en el de un tal Lukas Battle. La tendencia viene a luchar contra la dismorfia económica y otro tipo de trastornos de ansiedad entre los más jóvenes, que tienen que aparentar en redes un dinero del que carecen. Así nace esta moda, que va de proclamar lo que te cuesta algo, especialmente si te ha salido barato, sin miedo a comentar cuando no te alcanza el billetero. Lo gracioso es que su creador lo defiende con la retórica de la anterior etiqueta: el ahorro ruidoso es «más chic, más estiloso, más flex» y consiste no en decir que no tienes suficiente, sino que pasas de gastártelo en eso. Y viene a visibilizar la precariedad, a mitigar la angustia y a aliviar las brechas que la economía puede abrir en una amistad (cuando no tienes dinero para sumarte al plan que otros proponen).

En realidad, los pijos también practican esto. Nada más agarrado que alguien con mucho dinero, que alardeará de lo barata que le salió esa tercera residencia o de este reloj que le regalaron en una convención.

Pero quien lo ha hecho siempre ha sido el humilde, con sus mil cálculos para llegar a 31 de mes, pero también como actitud ante el dispendio. Varios ejemplos en mi entorno, de ese amigo que alquilaba la revista Fotogramas en la biblioteca (cuando valía menos de dos euros), a ese padre que siempre que estrena una prenda de marca comprada en un Outlet adelanta, mientras se mira en el espejo, lo barata que le salió. Y a mí mismo, que soy un desastre en el control de mis gastos, me sabe mejor una caña si cuesta diez céntimos menos que en el bar de al lado.

Todas las etiquetas y tendencias suenan tontas, pero algunas tienen todo el sentido. Como esta del ahorro ruidoso, que ayuda a la desaceleración del consumo al tiempo que nos ahorra hacer cosas que no queremos hacer y que nos arruinan. Dijo Oscar Wilde de las altas esferas del siglo XIX en El abanico de Lady Windermere: «Hoy en día la gente conoce el precio de todo pero el valor de nada». Últimamente, en cambio, parecía que nadie podía ni decir ni saber el precio de las cosas. Así que bienvenida esta juvenil tendencia que ahora le pone nombre a esta sana actitud, que tan bien practicaba mi tía Generosa, una mujer que, a pesar de su nombre, miraba cada céntimo.

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