360 grados

Arde el campo

Una de las tractoradas de estos días en nuestro país.

Una de las tractoradas de estos días en nuestro país. / EFE

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

Como en los tiempos medievales de las ‘jacqueries’ francesas, arde últimamente el campo en media Europa.

Sólo que esta vez las armas de los campesinos no son los cuchillos o las horcas, sino modernos tractores que bloquean las carreteras y la entrada a muchas ciudades.

Y el enemigo no es ya la nobleza feudal de antaño, sino los modernos gobiernos de la UE y sobre todo los burócratas de la Comisión Europea.

Afortunadamente no corre hoy la sangre como entonces; no se destruyen castillos ni se saquean las propiedades de los nobles.

En su lugar, se vuelcan camiones, se descarga el estiércol frente a las grandes superficies o arden los neumáticos ante algunos ayuntamientos.

Y si en el siglo XIV uno de los motivos de la protesta eran los impuestos abusivos para financiar la defensa del país, hoy son las normas medioambientales y fitosanitarias y la entrada masiva de productos que las incumplen y hunden los precios en toda Europa.

Normas en principio totalmente justificadas desde el punto de vista de la salud de los consumidores y de la protección de una naturaleza cada vez más esquilmada por la sobreexplotación a la que se ve año tras año sometida.

Nadie debería estar más interesado que los propios agricultores en la defensa de la naturaleza, que está en la base de su sustento y el de las poblaciones a las que sirven.

El problema, sin embargo, es la competencia desleal que sufren con la entrada masiva en la UE de productos agropecuarios de otros continentes, y últimamente también de un gran país cerealista como Ucrania, que no cumplen los mismos requisitos en cuanto, por ejemplo, al uso de pesticidas.

Ocurre, por ejemplo, con productos hortofrutícolas procedentes de Marruecos y que supuestamente violan las normas fitosanitarias de Bruselas, pero que entran aquí en virtud el acuerdo de asociación entre la UE y Rabat.

Por cierto, muchos propietarios de las explotaciones agrícolas de nuestro vecino del Sur son grandes empresas españolas. ¿Cumplen todos ellos las normas comunitarias?, habría que preguntarse.

Y otro tanto ocurre con acuerdos de libre comercio firmados o que quiere firmar Bruselas con otros espacios económicos como Mercosur, acuerdo, este último, al que se opone vigorosamente el presidente de ese país, Emmanuel Macron.

El problema es que muchas veces el sector agrícola es el pagano de esos acuerdos comerciales entre grandes bloques que benefician sobre todo a otros sectores como el automóvil o la maquinaria industrial.

Por no hablar de la presión escandalosa que ejercen sobre el pequeño agricultor las grandes superficies, que los obligan a vender muchas veces su producción a pérdidas.

A ese pequeño agricultor, y no a la poderosa agroindustria, la gran beneficiaria de las subvenciones de Bruselas, es a quien deberíamos sobre todo defender.

Pero la Comisión de Ursula von der Leyen, presionada por el lobby agrícola, ha terminado renunciando al plan inicial de reducir drásticamente el uso de pesticidas.

Una victoria para empresas como Bayer y una derrota para el medio ambiente y nuestra salud como consumidores. Así es Bruselas.

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