Opinión | 360 grados

Las elecciones rusas y la frustración de Occidente

Putin ganó las elecciones en Rusia.

Putin ganó las elecciones en Rusia. / L. O.

Las reacciones de lo que ahora llaman algunos «el Occidente colectivo» a las elecciones presidenciales rusas del pasado fin de semana eran tan previsibles como sus mismos resultados.

«Fraude», elecciones «amañadas», «ilegítimas», «sin garantía alguna», «fabricadas a la medida del dictador», «régimen tiránico» son algunos de los calificativos que uno ha podido leer o escuchar en todos los medios.

El Gobierno de Washington intentó, antes incluso de que se celebraran, una condena explícita y universal de las mismas pero, como era también previsible, no lo consiguió.

Pese a ello, en todos los programas informativos se insiste en la condena por parte de la «comunidad internacional», es decir, de un Occidente que deja de lado a la inmensa mayoría de ese nuevo mundo multipolar a cuyo nacimiento asistimos.

No ya China, Rusia, la India, Latinoamérica y tantos otros países antes llamados ‘emergentes’, sino incluso un cada vez más incómodo miembro de la OTAN como es la Turquía de Erdogan no quiso sumarse a la condena que quería Washington.

Ucrania, por su parte, intentó perturbar los comicios con incursiones fronterizas y una lluvia de drones y de misiles contra infraestructuras energéticas y ciudades rusas, entre ellas Bélgorod y Moscú.

E incluso difundió Kiev un vídeo más bien grotesco en el que se veía cómo en un supuesto colegio electoral ruso, un soldado de uniforme irrumpía en los lugares donde estaban votando los ciudadanos para mirarles por encima del hombre y ver a quién elegían.

Propaganda de un país como el de Volodímir Zelenski que ha acabado con el pluralismo y la libertad de prensa, como ha denunciado la Federación Internacional de Periodistas, y cuyo presidente se resiste a celebrar elecciones mientras dure la guerra con Rusia.

Para indignación, incluso rabia, de Occidente, a juzgar por muchos de los comentarios, las elecciones rusas fueron en realidad un plebiscito en torno a Putin, y el resultado a su favor – algo más de un 87 por ciento- superó las previsiones más pesimistas de los gobiernos de la OTAN.

En las regiones antes ucranianas y ahora ocupadas por Rusia, que las considera parte del territorio nacional, Putin logró incluso más del 90 por ciento de los votos.

El Departamento de Estado llegó al extremo de amenazar con tomar represalias contra quienes pudiesen participar allí como observadores.

Hay quien explica el éxito de Putin por la situación de guerra - guerra no sólo con Ucrania, sino con Occidente- en que se encuentra el país y el constante recurso de los medios estatales rusos a la propaganda más nacionalista. También por la tradicional querencia de ese pueblo a un líder fuerte, que le garantice sobre todo seguridad.

Se dice que la muerte en una cárcel siberiana de Alekséi Navalni, el hombre en quien Washington había puesto sus esperanzas de impulsar en Rusia una de sus «revoluciones de colores», facilitó la victoria de Putin.

Pero Navalni era más conocido en Occidente que en la propia Rusia, al menos fuera de ciertos círculos de Moscú y San Petersburgo. Y sus posibilidades eran incluso inferiores a las del mayor partido de la oposición del país, el comunista, cuyo actual líder, Nikolái Jaritónov, sólo obtuvo un 4,6 por ciento de los votos.

La democracia, al menos tal y como la entiende Occidente, es difícil de exportar. Ya lo vimos con las llamadas ‘primaveras árabes’.

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