Opinión | Tribuna

El hámster sigue mareado en su rueda

El expresidente de la Generalitat y eurodiputado de Junts, Carles Puigdemont, comparece ante los medios, en Mairie d'Elne (Ayuntamiento de Elna), a 21 de marzo de 2024, en Elna (Francia). Puigdemont ha anunciado que va a ser el candidato de Junts para las

El expresidente de la Generalitat y eurodiputado de Junts, Carles Puigdemont, comparece ante los medios, en Mairie d'Elne (Ayuntamiento de Elna), a 21 de marzo de 2024, en Elna (Francia). Puigdemont ha anunciado que va a ser el candidato de Junts para las / Glòria Sánchez - Europa Press

Hay estados que tienen sistemas de financiación totalmente centralizados, caso ejemplar de Francia, y otros perfecta y ordenadamente descentralizados, casos de Suiza y de Alemania. En medio, un conjunto diverso de cócteles. No hay un modelo ideal. Depende de la singularidad y la historia de cada nación. Pueden funcionar bien, regular o mal unos y otros. Importa la claridad, transparencia y buena gestión de los gastos y de los ingresos.

Deben quedar claras cuáles son las competencias de gasto y cómo se distribuyen. Cuáles son los gastos atribuibles a cada territorio y cuáles son transversales. No es lo mismo construir una carretera local que una autopista o una línea de alta velocidad. Tampoco tiene nada que ver invertir en una comisaría local que empezar a gastar, esta vez irá en serio, cantidades elevadas en armamento.

Con las vías de ingresos pasa otro tanto. Hay que identificar las reglas y políticas fiscales. Qué impuestos, si los hubieren, deben ser competencia de los gobiernos centrales y cuáles son susceptibles de serlo por parte de las administraciones locales. Este sistema debe fijar las reglas o límites para poder desarrollar cierta competencia fiscal e incentivos entre territorios. Es el medio necesario para poder atraer inversiones y progresar. La competencia obliga a espabilarse y a no dormirse en los laureles.

Tras estas cuatro reglas básicas deben desarrollarse buenas políticas de equilibrio entre gastos e ingresos. Fácil no es. Y por esta razón en España llevamos cincuenta años dirimiendo sobre el sistema de financiación más adecuado y elaborando balanzas fiscales de todos los colores. Cuando, además, el debate está contaminado de reivindicaciones históricas, privilegios forales y apelaciones a la solidaridad, el debate acaba por contaminarse. El último sistema de financiación autonómico procede del Gobierno Zapatero y fue inspirado por el exconseller de Economía de la Generalitat y miembro del PSC, Antoni Castells, cuyo equipo de economistas desde la Universitat de Barcelona llevaba años estudiando todos los registros del tema. De eso pasamos al nuevo Estatut, al envite de Artur Mas por lograr un pacto fiscal con el Estado en 2012, el ‘procés’ y hasta hoy, donde regresamos al punto de partida. El hámster vuelve a marearse.

Si Catalunya acabara teniendo el 100% de la gestión y recaudación de sus impuestos o fuera un estado independiente, ¿cómo arreglaría el sistema de financiación interno? ¿Cómo abordaría ser uno de los territorios demográfica y económicamente más centralistas de Europa, donde el 75% de la población y la riqueza se aglutina a 50 kms de la plaza de Catalunya de Barcelona? ¿Qué ocurriría con la discutida y discutible política de solidaridad? ¿Alguien se imagina a las comarcas pirenaicas pedir un sistema propio y singular de financiación, apelando a agravios de inversión?

Vuelve el hámster a rodar. Vuelve Carles Puigdemont. Vuelve el pasado a nuestros tiempos. Mérito de Pedro Sánchez.

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