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¿Andalucía para los andaluces?

El turismo bien gestionado nunca será una amenaza. Y Andalucía, si calcula el porcentaje de follones que producen los turistas en comparación al numero total de todos los que por aquí pasan y paran, creo que nos arroja un resultado más que bueno

¿Andalucía para los andaluces?

¿Andalucía para los andaluces? / L. O.

En los recovecos del debate político andaluz, emerge una consigna que, aunque en apariencia inocua y en algunos casos de manera velada, enciende las alarmas de la discordia y la exclusión. La noción de «Andalucía para los andaluces» resuena en los discursos de ciertos sectores políticos y sociales, enarbolada como un estandarte de reivindicación identitaria y defensa de lo nuestro frente al desarrollo del turismo en la región. Sin embargo, bajo su aparente benignidad, se esconde un peligro latente: el riesgo de caer en el clasismo, el racismo y el separatismo.

La turistificación, ese proceso que transforma los paisajes urbanos y naturales de nuestra tierra en meros escaparates para el disfrute de forasteros, es un tema candente en las discusiones sobre el desarrollo económico de Andalucía. Pero mientras algunos claman por preservar nuestra identidad ante la avalancha turística, es imperativo preguntarnos qué tipo de identidad estamos defendiendo y quiénes quedan excluidos bajo el manto de la «andalucidad».

Históricamente, Andalucía ha sido tierra de acogida, un crisol de culturas y tradiciones que se entrelazan para formar el tapiz de nuestra identidad colectiva. Desde las influencias árabes y judías hasta la rica herencia gitana, nuestra tierra se ha enriquecido con cada oleada migratoria, cada intercambio cultural. Pretender encerrar Andalucía dentro de un círculo excluyente es negar nuestra historia y nuestra esencia.

Es cierto que la turistificación puede traer -y trae- consigo problemas como la gentrificación y la pérdida de autenticidad en nuestros barrios más emblemáticos. Pero la solución no radica en levantar barreras y proclamar consignas cuasi xenófobas, sino en promover un desarrollo sostenible y equitativo que beneficie a toda la comunidad andaluza, sin distinción de origen ni procedencia.

Andalucía sin la gente de fuera no sería igual. Y no es una opinión catastrofista sino realista. La pandemia nos ayudó a verlo algo más claro. Hemos sido, somos y seremos lugar de paso, de descanso y de paz para muchas personas del mundo entero. Mala suerte. O buena. Pero lo que es evidente es que, salvo catástrofe, la gente va a seguir viniendo al sur. Es bonito, es agradable, saludable, se come bien y el tiempo y la naturaleza siempre acompañan. ¿Qué le vamos a hacer?

Pero resulta paradójico, e incluso preocupante, que sean precisamente ciertos partidos políticos que se autodenominan de izquierdas los que abanderen esta retórica con claros tintes excluyentes. ¿Acaso olvidan que la verdadera esencia del progresismo radica en la inclusión y la solidaridad, en la lucha por los derechos de todos, independientemente de su lugar de nacimiento o su estatus socioeconómico? ¿Si excluyes al rico es bien y si excluyes al pobre es mal? Quizá el equilibrio deba encontrarse el camino. Y a Dios gracias nuestra ciudadanía, a pesar de los políticos, sabe entender las cosas bien.

La diversidad es nuestro mayor tesoro, turistas incluidos, y debemos protegerlo con ahínco frente a aquellos que intentan enarbolar la bandera de la exclusión en nombre de una supuesta defensa de la identidad andaluza.

Es hora de desmontar los muros que dividen y levantar puentes que unan. Es hora incluso de apostar por una Andalucía abierta y hospitalaria, que celebre la diversidad en todas sus formas y se enorgullezca de ser un destino acogedor para todos. La turistificación puede ser un desafío, pero también una oportunidad para reafirmar nuestros valores de tolerancia y convivencia. Andalucía no es solo para los andaluces, sino para todos los que la aman y la respetan. Y de los últimos se cuentan por miles.

No me quiero erigir en defensor del guiri. Sería bastante curioso. Pero llama la atención que el personal se rasgue las vestiduras cuando, en la gran mayoría, el perfil del turista que llega a Andalucía es extraordinario.

Hace unos días, en Málaga de madrugada unos jóvenes -según leí en tuiter eran turistas- destrozaron los cartones de una de las veinte mil millones de exposiciones de paneles que se levantan en calle Larios. A la mañana siguiente todo el mundo se rasgaba las vestiduras por el asunto, aprovechando el detalle de que eran turistas. Y por ahí se conducía ya todo. «Esta es la ciudad que nos están dejando…», cuestiones sobre si eso era el turismo de calidad del que hablan los políticos y un sinfín de desafiantes comentarios copaban las horas centrales del día después del cartonplumacidio.

Y llama muchísimo la atención que fueran políticos y opinólogos de aparente progresía los que usaran según que razonamientos para rajar contra el alcalde y su gestión turística. Y es que resulta desconcertante que, según la clase social, se rechace o no la actuación de las personas.

Fíjense: Si tres jóvenes turistas realizan un acto vandálico contra el mobiliario urbano de cualquier ciudad andaluza, se señala automáticamente su origen, se da por sentado que tenemos un problema con ellos, se afirma de manera rotunda que hay que limitar su presencia en nuestra tierra e incluso se habla de que tienen que pagar tasas por venir. Pero… ¿Qué sucede si tres jóvenes inmigrantes ilegales roban, violan o agreden a alguien? Lo sabemos todos: automáticamente salen los mismos de antes a afirmar que esto pasa en todos sitios, que esos problemas no son propios de la gente de fuera y que mucho cuidado con decir que son de fuera, su origen o religión porque de lo contrario se estaría cayendo en una falta grave de racismo, clasismo, xenofobia y lo que encarte. Por eso me pregunto que… si el último ejemplo es racismo, ¿qué es lo del primer ejemplo de los tres turistas? Cuidado con demonizar. Y cuidado con las polarizaciones pues, igual de peligroso es el de la mano cara al sol que el de la bandera inconstitucional y la igualdad en base a sus pensamientos únicamente.

Por suerte la gran mayoría de la sociedad andaluza no se rige ni por unos ni por otros. No temen de manera extrema ni por el turismo ni por los inmigrantes ilegales. Pero en ocasiones hay que ser sensatos y no dejar que nos vendan campañas que tienen menos estabilidad que el taburete de un bingo.

El turismo bien gestionado nunca será una amenaza. Y Andalucía, si calcula el porcentaje de follones que producen los turistas en comparación al numero total de todos los que por aquí pasan y paran, creo que nos arroja un resultado más que bueno. De uno que la lía, veinte mil millones se portan muy bien, hacemos negocio con ellos y dejan dinero aquí.

Ni todos los turistas son malvados. Ni todos los ilegales ladrones. Ni nuestra tierra, por suerte, será exclusivamente para nosotros. Porque nunca lo fue, lo es ni lo será.

Viva Andalucía.