Opinión | 725 PALABRAS

Se non è vero è ben trovato

Teniendo en cuenta cómo está el patio, pudiera parecer que el título de esta columna viniera a señalar la realidad bastante que da carta de naturaleza a la mentira, a la artificialidad, a la contrahechura de la política en general y, particularmente, de la política patria, que minuto a minuto tiende a crecer y a inflamar sus negras entretelas. Nótese que cuando una mentira crece e inflama sus entretelas se convierte, primero, en más mentirosa; segundo, en infinitamente más mentirosa y, finalmente, en una despreciable verdad artificial primorosamente labrada, y oficializada hasta en los oficios pseudoreligiosos a modo de fingido padrenuestro, cuando ha lugar.

La verdad, es odioso y lamentable, pero, en el mundo moderno, cuando uno se sienta a escribir un artículo, la mayoría de las veces termina haciéndolo salpicado por la política, esa realidad artificiosa que a tantos tienta como modus vivendi y como modus operandi. De más en más, la política se justifica hasta el punto de haberse normalizado a modo de preces fingidos para engañosamente abrazar «la razón de la sinrazón que a mi razón aqueja», que, refiriéndose a sí mismo, dejó expresamente dicha don Félix, el Fénix de los Ingenios.

Hoy, aunque la tentación persista no daré demasiado pábulo particularizado a la despolítica que condiciona a nuestros mundos, incluidos los emocionales, ni, para compensarlo, pretenderé emular a Pablo Neruda en su poema número veinte y escribir, por ejemplo, que «la noche está estrellada, y titilan, azules, los astros, a lo lejos». Ni lo parafrasearé en aquello de «puedo escribir los versos más tristes esta noche». Ni, emulándolo, afirmaré que «Yo la quise, y, a veces, ella también me quiso», refiriéndome a ella, a la política. La política, en nuestros días, tiene un qué sé yo que yo qué sé, es decir, un certero puntito de famoseo sacia egos y un acertado puntazo sadomasoquista que, con cada vez más recurrencia, la convierte en adictiva para los atraídos por ella. Soy de los convencidos de que lo serían menos si su ejercicio en primera persona fuera sin lucro. Vaya usted a saber...

Frecuentemente, cuando la tinta de escribir corre, incluso cuando la tinta que corre es la metafórica tinta de los artefactos que poco a poco y mucho a mucho nos digitalizan la existencia y las emociones, el ruido externo cesa y la visión interna se aclara y se vuelve cristalina, y ocurre que, de pronto, uno toma consciencia de que más allá de la política también hay vida y gente buena y buena gente y sinceridad y transcendencia y nobleza institucionalizada por la propia Naturaleza, con mayúscula. Hay veces en las que hasta a los profesionales de la política enneciados se les va el punto y recuerdan y reconocen que más allá y más acá de la política la existencia es más sana y más respirable porque es donde los amigos existen y están más cerca, y los enemigos, cuando los hay, que no es siempre, siempre están más lejos.

De vez en cuando, en mis sueños, tengo la suerte de de toparme con un ángel onírico vestido de Principito –el de Saint-Exupéry– que, como a todos los niños, viene a recordarme que la gran realidad está más allá de lo visible y tangible porque es en el substrato de esos estratos donde mora la realidad verdadera, esa otra realidad que comparece para trascender los cinco sentidos.

Distintos habrían sido mis momentos si en lugar de con mi Principito onírico me hubiera topado físicamente con Il Principe, el de don Niccoló Machiavelli en este caso, que es el que en buena parte sazona la política casi tal cual es asumida en nuestros días en nuestros terruños patrios y allende nuestras fronteras. El señor Trump y el señor Milei –y sus votantes– son ejemplos de nuevo cuño, que no entienden nada de Principitos, pero que se llevan harto bien con el más refinadamente brutal maquiavelismo solo propio del ser humano.

Sí, amable leyente, en la política de nuestros días, que es una actividad tan alígera como áptera, según soplen los vientos, el error confesable nunca tiene cabida, no existe, está prohibido por todos los dioses del Olimpo, los habidos y los por haber.

El argumentario político, en presente, indefectiblemente responde a una especie de metonimia sui géneris que responde al aserto de Se non é vero, é ben trovato. Sempre ben trovato...