Opinión | Notas sobre cine

'The Crown': descubrir al ser humano dentro del castillo

La polémica situación de Kate Middleton y la familia real británica coincide con que haya terminado la serie de Netflix The Crown. «Ojalá», dirían ellos. No los espectadores.

Kate Middleton, anunciando su enfermedad.

Kate Middleton, anunciando su enfermedad. / L. O.

A finales de 2023 yo no conocía a Kate Middleton. Podría pasar por avispado mentiroso diciendo que su nombre me sonaba tras mi breve periplo en tierras londinenses, o por sincero sociólogico insinuando que me he topado con su cara en las tertulias domingueras del corazón. Con ingenuo orgullo puedo afirmar que ya conozco a Kate Middleton tras sacarme mi particular licenciatura británica terminando The Crown. Aunque, en un ejercicio de ridícula sinceridad, decir eso sería confirmar que no he visto la serie. Porque si algo enseña la magistral obra creada por Peter Morgan es que los monarcas, o los que intentan llegar a serlo, nunca se llegan a conocer. Nacen escondidos en el refugio suntuoso de la corona, alambrada por la presencia de los guardias (busbys, una especie de apodo cariñoso), con sus característicos sombreros revestidos de piel de oso. Se pierden en el sinuoso recorrido de los pasillos del Buckingham, anidados del exterior mediático de cámaras y focos. No porque se encuentren cómodos en la trinchera dorada del palacio, normalizando que la realidad es la pérdida de los que ostentan el poder. La voluntad, la intrínseca libertad de decidir, es justamente, y paradójicamente, el único poder que existe y al que no pueden aspirar los reyes actuales.

Puede que no sea tan extraño por naturaleza empatizar con nuestro contrario, pero es divertido pensar que una de mis series favoritas hable sobre la monarquía y yo le tenga tirria. Al final, reconozco que les he cogido cariño al club de Isabel II y sus ricos amigos, y no sé si por condescendencia. Es revelador pensar que todos nos hemos ahogado en el sueño pensante de ser ricos y la mayoría no aceptaría ser monarca. Desde las puertas separadoras del Buckingham Palace (o la Zarzuela, nuestro símil), barrotes que efluvian falsamente un mundo paralelo de lujo y gobernanza y nos recuerdan con una especie de simbólica altividad que somos mileuristas (reyes pero de las deudas), nos invade la súbita aceptación de nuestra mediocridad. Más libres que pobres. La seguridad diurna -aunque inseguridad legal- de hacer los que nos dé la gana. Llevar la esvástica nazi en una fiesta de disfraces, que nunca me pese en la conciencia porque me pesa más el alcohol, que me excomulguen en Twitter pero nunca en la prensa. No como Enrique. Volverse un poeta moderno y hacer sexting con tu pareja desde las fronteras del móvil con líneas tan evocadoras como «quiero ser tu tampax». Sin que te pinchen la llamada y el único canal donde retransmiten tu impúdico amorío sea en la tertulia con tus amigos. Sin que te juzguen por enamorado y subnormal (es lo mismo en realidad, pero eso te lo dirán tus inseparables colegas en la confianza de una colleja). No como a Carlos.

«the crown»: descubrir al ser humano dentro del castillo

Imelda Staunton, como Isabel II, en la quinta temporada de la serie 'The Crown'. / L. O.

The Crown fue uno de los pilares del modelo Netflix y contradictorio a su algoritmo: elegante, precisa y real. Siempre más real que la realeza que escenifica. Su presupuesto, patrimonio de grandes actores y escenarios, ha sido menos abundante que su intento de verdad. La verdad por encima del escándalo, de valerse de información y no sacralizar la conspiración. Nadie mató a Diana de Gales; fue culpa de un chófer que hizo mal su trabajo. Que solo murió huyendo de ser Lady Di. El respeto por encima del chismorreo. La humanidad por encima de la corona.

El viaje personal que he tenido con The Crown es descubrir al ser humano dentro del castillo. Confirmar esa condición, el ser humano, que yo tengo, pero ellos perdieron. Como hizo Kate, cuando su madre programó su futuro correlacionando el éxito con el apellido. Descubrir que ser rey o parte sistémica de ello es ser marioneta siempre de otro. También en parte de ti mismo. Ahora Kate enfrenta con mayor carga la ausencia de anonimato que el potencial peligro de su enfermedad.

The Crown terminó con seis temporadas. Muchos desearían, sus protagonistas, que así terminaran. Lo más cercano a tener un final. Del legado, contemporáneamente anacrónico, de nacer por orden divino. De ser antes de nacer. De ser y nunca llegar a vivir. De alguna forma, esta serie ha respetado más a la realeza que los que han sido partícipes. Isabel II vive eternamente como un símbolo mientras que fuera de pantalla Isabel, sin números romanos, murió un 8 de septiembre de 2022. Dios salve a la reina, tiene sentido. Dios no nos va a salvar, pero no será necesario. Para eso estamos nosotros.