Opinión | El paseante

Turismofobia

La vivienda es un problema de Estado que, por desgracia, está trasferido a ayuntamientos y comunidades autónomas

Turistas disfrutan del sol en la playa de La Malagueta a mediados de abril.

Turistas disfrutan del sol en la playa de La Malagueta a mediados de abril. / Álex Zea

¿Qué tienen en común Nueva York, Barcelona, Valencia y Málaga? Todas miran al mar, pero otra característica conjunta se basa en que la especulación impide que la clase media compre su propia vivienda. Al mismo tiempo, los precios del alquiler asfixian la economía de quien haya tenido la suerte de rentar una madriguera de ratas. Durante un viaje de vacaciones a Nueva York, visité Paterson. Jim Jarmush había rodado una película pocos meses antes, cuyo guion se basaba en versos del poeta Williams Carlos Williams, allí nacido. Desde Queens, donde me alojaba, tomé un par de líneas de metro que me condujeron hasta una estación de tren en Nueva Jersey, el estado vecino, y ya sobre aquel anticuado caballo de hierro azul partimos hacia ese curioso destino donde casi nadie hablaba inglés. Nos recibió la potente voz de Camilo Sesto que resonaba por toda la avenida principal, brillante desde unos enormes altavoces a la puerta de un comercio donde podrían comprar desde ropajes eróticos para cualquier urgencia, hasta marcas de cervezas llegadas desde toda Sudamérica, o cualquier cacharro electrónico imaginable. A la vuelta del, para mí, pequeño viaje, me crucé con los rostros demacrados por el cansancio de la muchedumbre hispana que habita aquellos pueblos, a pesar de que trabaja en Nueva York. Su jornada laboral sumaba más de 4 horas de transporte. Y un automóvil en aquellas esquinas conduce un problema más que una solución a la distancia. Me he desplazado junto a iguales rictus de desánimo en un tren de cercanías de Madrid. Hora del regreso. Corredor del Henares. Este centrifugado de la clase trabajadora ya se ha iniciado en Málaga, donde 900 € silabean una cifra aceptable para el alquiler de un pisito de 50 metros situado en aquellos barrios populosos donde me crié como inmigrante que soy, desde mi Antequera natal. Si los sueldos andan sobre los 1.300 €, calculemos qué sacrificios exige ese egoísmo de pretender un retrete en exclusividad.

Repito. ¿Qué tienen en común las urbes antes mencionadas? En todas ellas, el cáncer del alquiler turístico ha distorsionado el organismo vecinal que constituían. La vivienda es un problema de Estado que, por desgracia, está trasferido a ayuntamientos y comunidades autónomas, lo que deja indefensa a la mayor parte de la ciudadanía. Modernos episodios de la lucha de clases. A quien estos tiempos ha pillado con dos o tres pisos en el bolsillo, se está haciendo de oro. Irreprochable, si los vecinos no tuvieran que soportar un trasiego de maletas constante a cualquier hora, junto con las fiestas nocturnas de unos moradores provisionales que cultivan todos esos inconvenientes que transforman el hogar en infierno. Los propietarios deberían de ser responsables de las acciones incívicas de sus huéspedes. Los hoteles, sin embargo, generan empleo y son controlables. No existe turismofobia en Málaga. Oímos el murmullo de la famélica legión, en pie, abandonada por esos poderes del Estado que tendrían que garantizar su derecho constitucional a una casa digna. Estamos bajo la tormenta perfecta. Los propietarios, temerosos de las ocupaciones prefieren navegar por las aguas rentables del arriendo ocasional. A la vez, recibimos población necesitada de un techo, en competencia con los inquilinos desterrados desde todos los distritos. Sin embargo, nuestro ayuntamiento vende parcelas para la construcción de bloques de lujo. Se acuerda de sus amigos pero se olvida de los malagueños escupidos desde ese «casting of beautiful people» en el que nuestro alcalde quiere que se convierta Málaga. Rubios, ojos azules y desayunos en Tiffany’s. Escribió Antonio Machado aquello de «Sevilla sin sevillanos / Qué maravilla», versos que podríamos rimar como «Ciudades sin ciudadanos / Gran rentilla». Con el pan no se juega, nos decían cuando chicos, con los derechos, tampoco. Paradojas: nuestros políticos se quejan de la proliferación de esa turismofobia provocada por su criminal dejación de funciones.