Con la primera luna llena de primavera, se vive en Málaga durante siete días, el recuerdo de la mayor historia de amor fraterno jamás contada. Entre aromas de incienso, romero y azahar, el Señor vuelve a ser condenado y flagelado, aceptando con amor la cruz y muriendo nuevamente por nuestra salvación.

Detrás de Él siempre va su madre, cargada de amargura, dolor, angustia, pena y soledad, recorriendo el centro histórico de nuestra ciudad. Una tierra cuyo pueblo vive la fe a sones de marchas y saetas. La pasión de Cristo, martirio de sufrimiento y dolor, deja su lugar a la resurrección del Señor al alba del último día, siendo los malagueños testigos de la venida del reino de los cielos a esta tierra bendecida por el cielo y a orillas de la inmensidad del azul del Mediterráneo.