Pues sí, como lo oyes, a seis euros el kilo, vaya robo. Cómo está la cosa hija. Bueno me voy que hoy viene el mayor y le voy a freír los boquerones. Tú sabes. Sigo solilla desde que se fue mi Manuel. Los niños me animan, pero no salgo. Mañana te veo». «¡Hola! Me he decidido y le he dicho que me gusta. Mi padre casi me pilla, me muero de la vergüenza. Ahora aprovecharé que me dejan más tarde llegar a casa por las procesiones y voy a salir con él. Te voy diciendo». «¡Ha nacido! Y nada más y nada menos que tres kilos y medio. Guapísima y se llama Lola, anda eh. La madre está genial. Me ha dicho que ya vendrá a verte y te traerá la niña para que la veas». «No levanta cabeza y ya mismo se le acaba la ayuda. Tú que tienes mano mira por él. Una cosilla corta aunque sea para que se sienta válido. No me lo dejes. Un beso».

«Nos casamos. Por fin nos han dado la hipoteca. Mi madre dice que no sabe dónde me meto, pero soy muy feliz y está claro que tú eres de lo primero que entra por la puerta de la casa. Nunca te lo había dicho, pero gracias. Simplemente gracias». «Enséñalo a morir bien. Ya sabemos que no hay remedio, pero ayúdalo a irse dignamente. Espéralo». «No consigo perdonarla, mira que lo intento, me hizo tanto daño y al niño ni lo veo. Enséñame por favor a perdonar». «He dado el paso. Lo he denunciado. Tengo miedo. No me dejes ahora, aunque nunca me has dejado». «Se me ha atravesado esa asignatura. Mi madre dice que la única ayuda es estudiar, pero es que tengo ya los codos degastados. Échame una manilla hija». «Tal como te dije aquí lo tienes. Anda que no es guapo. Tírale besitos Antoñito. Para dentro de un mes lo bautizamos y nos hacemos unas fotos de recuerdo»...

Al final de un puente sobre un río yermo. Al final, te escuchan. Pasamos caminando distantes con los pensamientos nimios que hacen pesada nuestra vida y en un momento un imán atrae nuestro polo negativo a una reja cargada de energía positiva. Los hierros marcan un sendero que fue regalado por la valentía. Por un momento contemplamos lo que fue salida y entrada. Lo efímero. Al final de la vida solo hay luz. Manos entrelazadas. Escucha en silencio. Un tesoro. No pide nada a cambio, solo te escucha. Te ayuda a liberarte de la pesada carga. Cuando el puente nos la presta por un día somos nosotros la que la escuchamos. Su pena nos raja el corazón. Ni siete ni catorce puñales.

Aún recuerdo cuando lo cruzaste. Ibas camino de algo alegre, pero tu pena por los problemas de tus hijos era tan grande... Madre. Una madre. Enlutada pasaste por mi lado con una mantilla negra sobre la cabeza. Una madre andaluza. Málaga la sin río tiene unos puentes que te golpean en el sentimiento. Más arriba se produce el eterno milagro que se comenta de padres a hijos. Mira, parece que va caminando. El misticismo de la entrada de un barrio a una ciudad. Una desembocadura donde el barrio de la Trinidad representado en sus penitentes blancos se mezclan en las mansas aguas de sus manos atadas. Parece que lo prestan para decirnos quién es Málaga hecha carne. Cuánto peso parece que cargan sus hombros. Que mirada al infinito y el río cobra vida de almas, de peticiones y promesas. De fe.

Al final de un puente encontrarás la vida que mana del risco, del páramo pedregoso de nuestros tiempos. Párate, pierde unos segundos y cuéntale algo. Ya verás cómo al final de un puente se produce el milagro.