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Saetazos

Estampa de amor

Sabido es: Dios es Amor. Un Amor con mayúscula porque abarca todas las tipologías de amor imaginables. Desde la entrega heroica de la vida -nadie ama más que quien da la vida por sus amigos, nos dejó dicho el Señor- al sencillo beso maternal; del abrazo fraterno al conyugal, de la vocación religiosa de por vida a la caridad puntual que remedia una necesidad. Incluso a veces el amor palpita en algo tan simple como una estampa. Me lo contaron en vísperas de S. Valentín: chica adolescente y cofrade que limpia una tarde cualquiera la capilla de su Titular. Chico que se detiene a contemplar ese mismo Titular. Cruce de miradas y breve diálogo devocional sobre la Imagen y el Dios hombre que representa. Al despedirse, ella le regala una estampa del Señor. El chaval la conserva y la lleva consigo donde quiera que va. Pasan los meses y el Dios retratado y guardado en la cartera acompaña al ya soldado de quinta. Y durante la milicia el Señor crece en la estampa, y porque ya no cabe en la billetera, se introduce en el corazón del muchacho, y con Él el recuerdo de su donante. Transcurrieron no ya meses, sino años, y él ingresó en la cofradía para entregarse a ese Dios hombre que abrió, para cruzarlo definitivamente, un puente con apariencia de estampa de la cartera al alma. Y un día donante y donatario de la estampa se reencontraron en la hermandad y él se la mostró a ella, y se casaron para que hoy -familia que reza unida permanece unida- cada Miércoles Santo procesionen juntos padre, madre y dos hijos que son ya más altos que ellos. ¡Qué asombrosos los caminos del Señor! ¡Qué singular y cuán hermoso convertirse de veras a Cristo y enamorarse a la vez!... Aunque, bien mirado, quizá no sea tan raro. En ambos casos de enamorarse se trata. No en vano, Dios es Amor, y «el Amor encuentra su alegría en la verdad», según nos escribió S. Pablo. ¡Y quién puede abstenerse del amor auténtico! Ojalá todos diéramos y recibiéramos de esa forma muchas estampas. Por si acaso, procuraré regalar muchas con la efigie del Señor. Así, se me ocurre, quizá el mundo mejore.

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