Hemos pasado dos meses y medio encerrados en casa sin poder interactuar con nuestro entorno afectivo más allá de las videollamadas. Hemos tenido que limitarnos a sentirnos parte de la comunidad mediante un escueto aplauso vespertino en el balcón. Hemos vivido inquietos y asustados, con días de nervios a flor de piel y otros de auténtica depresión, pero sin poder compartir nuestro estado de ánimo con nadie que no viviera bajo nuestro techo y privados del contacto de otras pieles.

Y ahora, como si esa clausura emocional hubiera sido menor, llega la nueva normalidad marcada por el distanciamiento social, las mascarillas, los guantes de látex y la prohibición de abrazar, rozar y besar a los demás. Por no poder, no podemos ni sonreír ni reconocer las sonrisas ajenas porque llevamos la boca tapada.

Cuando todo esto haya pasado, el coronavirus será recordado como un monstruo con muchas caras. Sin duda, la más dolorosa tiene el nombre de los que ya no están porque el bicho se los llevó por delante, y el de sus familiares, que ni siquiera pudieron despedirse de ellos. También tiene el rostro trágico de los que se están viendo arrastrados por el precipicio económico y social que dejará esta crisis sanitaria.

Impacto psicológico

Pero incluso quienes se han limitado a vivir la pandemia desde el confinamiento de sus hogares y no han perdido ni el trabajo ni a ningún ser querido albergarán para siempre la huella de los abrazos y besos que no pudieron dar ni recibir cuando más lo necesitaron, ni tampoco pueden intercambiarlos ahora. Como si a todo el sufrimiento que ha generado el covid-19 se le sumara la crueldad de no poder expresarlo. Y esta nueva vuelta de tuerca emocional, según opinan los que se dedican a estudiar la condición humana, no saldrá gratis.

«Aún estamos en plena crisis sanitaria, pero debemos empezar a hablar ya del impacto psicológico que va a causar esta experiencia y tomar medidas para hacerle frente», avisa el antropólogo Agustín Fuentes, profesor de la Universidad de Notre Dame (Estados Unidos) especializado en el análisis de los rituales que socializan a la población, muchos de los cuales han cambiado —o desaparecido— durante la cuarentena y en la recién estrenada nueva normalidad.

De entrada, el investigador rechaza este término por tramposo. «¿Normalidad? Somos seres sociales, necesitamos el contacto físico de los otros para sentirnos personas. Vivir sin poder abrazarnos ni besarnos no es normal, y lo más urgente es tenerlo presente y estar prevenidos para las consecuencias que esta carencia va a tener en forma de cuadros depresivos, irritabilidad y ansiedad», advierte Fuentes.

En la pirámide de Maslow, que ordena las necesidades humanas de mayor a menor, los besos, las caricias y los abrazos no aparecen en la base de triángulo. Sin embargo, esto no significa que no sean vitales para garantizar nuestro bienestar e incluso nuestra supervivencia. «La sed de piel es un concepto estudiado por la psicología. Está comprobado: el contacto físico no solo nos equilibra emocionalmente, también refuerza nuestro sistema inmunológico», apunta la psicóloga y experta en comunicación no verbal Alicia Martos, quien estos días anda preparando un libro sobre la expresividad emocional que ha hecho aflorar esta pandemia, tanto entre los políticos como entre particulares.

La investigadora es crítica con algunos conceptos que hemos incorporado a nuestro vocabulario habitual, como el del distanciamiento social. «No nos confundamos: si he de saludar a mi mejor amiga a más de dos metros y no puedo abrazarla, eso es distancia física, no social. También puedo hablar con ella por videollamada, pero no es lo mismo. Nada puede sustituir el contacto piel con piel», subraya.

«Sin roce no hay sociedad», sentencia Lourdes Flamarique, profesora de filosofía de la Universidad de Navarra especializada en el estudio de la dimensión social de las emociones. De la palmada en la espalda al choque de palmas y de la carantoña al estrechamiento de manos, toda nuestra performance social está articulada sobre un conjunto de ritos donde la cercanía del otro es condición necesaria. «Esos ritos sociales eran normativos en la vida anterior al covid-19. Si ahora no podemos usarlos, tendremos que improvisar otros, pero la necesidad de expresar afectos no va a desaparecer. Forma parte de la condición humana», explica la filósofa.

Cambio de costumbres

Sobre todo en culturas como la latina, donde la proximidad y el contacto físico constituyen auténticas señas de identidad. A falta de un relato oficial que explique con evidencias científicas por qué el coronavirus se extendió tan rápido en Italia, España y Latinoamérica, parece haber sido admitida la tesis de que nuestra querencia a tocarnos, abrazarnos, besarnos y hablar a poca distancia ha sido un acelerador del contagio. Ninguno de esos tics tan típicamente españoles estará permitido en los próximos meses. ¿Nos enfrentamos a un cambio de costumbres sociales de calado o a una simple adaptación momentánea?

«Una cultura no se transforma de repente por culpa de un contratiempo, para eso hace falta más tiempo. No nos vamos a convertir en nórdicos ni japoneses de la noche a la mañana, pero es posible que nos dejemos algunos jirones emocionales por el camino», responde Eduardo Bericat, catedrático de Sociología de la Universidad de Sevilla especializado en el estudio de las emociones.

De momento, hay un rito que ya parece perfilarse en plena retirada. «Probablemente, los besos dejarán de ser habituales en las presentaciones. En un encuentro entre desconocidos, estrecharemos más la mano, como hacen los anglosajones, y daremos menos besos en las mejillas, como solemos hacer los latinos», augura Agustín Fuentes, hijo de un madrileño y una neoyorquina.

«Lo llamativo es que este repliegue del beso está teniendo lugar en plena expansión de su uso como fórmula de saludo. Nunca nos habíamos besado tanto como en tiempos recientes. Incluso algunos países del centro y el norte de Europa empezaban a apuntarse a esta costumbre», añade Lourdes Flamarique. Que el día internacional del beso haya coincidido este año con el ecuador del confinamiento (fue el 13 de abril) habrá que añadirlo a la lista de bromas macabras que el coronavirus está regalando al planeta.

Individualización

Según todos los expertos, la duración de esta extraña nueva normalidad marcará la profundidad de los cambios culturales que pueda provocar el covid-19, pero todas las señales apuntan en una misma dirección: «Esta crisis está acelerando la tendencia a la individualización que venía instalándose en nuestra sociedad», analiza Eduardo Bericat. En opinión del sociólogo, el peligro no es estar unos meses sin abrazos ni besos, sino acostumbrarnos a su ausencia y que acabemos sin echarlos de menos. «Todo dependerá de los meses que vivamos bajo esta amenaza. El miedo al contagio tagio es más fuerte que nuestra sed de piel», añade Alicia Martos.

El tiempo dirá qué cambios culturales provocados por el coronavirus son reversibles y cuáles han llegado para quedarse, pero la huella del covid-19 ya se nota hasta en la ficción televisiva. No en la que se emite ahora, sino en la que veremos dentro de unos meses. Bajo estrictas medidas de higiene y con menos personal en los platós, las principales productoras de series han empezado a reanudar los rodajes que tuvieron que parar cuando se decretó el estado de alarma. Las tramas se retoman donde se dejaron, pero no exactamente.

«Estamos reescribiendo las escenas para evitar roces innecesarios. En breve, en las series veremos menos besos y abrazos y más situaciones de tensión sexual no resuelta. Tampoco veremos bares atestados de gente ni grandes aglomeraciones en la pantalla», avisa Iván Escobar, guionista de Mediapro Studio. Para el creador de títulos como Los Serrano o Vis a vis esta imposición no es una amputación creativa, sino otra adaptación a los tiempos que corren. «Al fin y al cabo, la ficción refleja la realidad y ahora mismo a todos nos rechina un poco ver un beso en público», reconoce.