El vestuario es un lugar sagrado. Ahí se hace grupo y se conforma un equipo. Hace de lavadora donde se limpian los trapos sucios. Es sala de fiestas para disfrutar con los triunfos e improvisado tanatorio para velar derrotas. La cocina donde cada cuál se muestra como es y donde se condimentan sentimientos. Donde surgen afectos y roces. El escenario en el que las carreras deportivas se convierten en amistades para toda la vida. Para el deportista de elite, para el jugador de baloncesto, el vestuario es una especie de santuario, algo propio, donde siempre ocurre algo. Y, por encima de todo, es una zona inviolable, de imposible acceso para todo el que no pertenezca al grupo, al equipo, al club.

La Opinión pudo compartir el jueves por la noche la felicidad que se vivió dentro de ese santuario por el logro conseguido. El acceso al Top 16, tras vencer al Prokom polaco (63-48), era la primera prueba que debía superar este nuevo Unicaja. Jasmin Repesa y sus hombres tienen señalado en rojo una serie de objetivos primitivos. El pase a la siguiente ronda continental es el primero. Ya está tachado de la lista. El siguiente es la Copa del Rey, en la Liga Endesa.

La satisfacción por el deber cumplido está reflejado en el rostro de todos los integrantes de la plantilla. Alegría mezclada con caras que expresan cansancio y cuerpos que, tras la batalla, necesitan la reparación inmediata del hielo. Golpes y molestias se tratan con la aplicación de frío para tratar de mitigar la inflamación. A escasos minutos del triunfo, y tras la charla de Jasmin Repesa, el vestuario es lo más parecido a un campo de batalla.

La ropa de juego y algunas toallas se amontonan en el centro, mientras cada jugador está en su taquilla. Hora de retirar vendajes, colocar alguna bolsa congelada e incluso coger el teléfono móvil. Para «Gus» Lima urge poner música. Para Marcus Williams, con dos teléfonos en su taquilla, es hora de comprobar alguna llamada o escribir por Twitter, una red social que suele frecuentar con asiduidad el base americano.

La ubicación de cada integrante del grupo es llamativa. La especie de rectángulo en el que se divide el vestuario está presidido por una pizarra en la que los técnicos ejemplifican sus ideas. Hay tres lados ocupados por tres hileras de asientos y taquillas, mientras que el cuarto sirve de acceso y es justo ahí donde se encuentra esa pizarra. También hay un vídeo y una televisión situadas en esa zona, en la parte alta, centrada, para que todos los integrantes del equipo puedan verla bien.

Los jugadores van desfilando hacia la ducha y se van cambiando mientras se entremezclan tres idiomas: español, inglés y serbocroata. En el grupo malagueño convergen hasta seis nacionalidades que emplean cuatro lenguas diferentes. Hablan español Fran Vázquez, Sergi Vidal, Txemi Urtasun, Carlos Jiménez y también, aunque su lengua natal sea el portugués, el brasileño Lima. El ingles es coto para los americanos Williams, Gist y Calloway, y todo aquél que trate de comunicarse con ellos. Sea español, serbio (Perovic), esloveno (Dragic) o croata (Zoric y Simon más Repesa).

Justo al llegar a Málaga, el coach se reunió con tres jugadores: Vidal, Fran y Urtasun. Los tres españoles a los que les encargó crear buena química sobre la que construir un grupo con hasta 10 incorporaciones. Y ellos se sientan en taquillas contiguas. Txemi, primero; Vidal, segundo; y Fran, tercero. Cada fila es de cuatro, y ésa la cierra Perovic, que habla un castellano fluido.

El otro extremo lo encabeza y abre Jiménez, y se sientan hacia el interior Lima, Simon y Dragic. Mientras que al fondo están los tres americanos más Zoric. Cada uno cuenta con su taquilla en la que guardan objetos personales: móviles, relojes, anillos, colgantes. Más su ropa, colgada en perchas. Además de las «zapas» de juego y la ropa de entrenamiento, que los encargados el club le ponen diariamente, para que el jugador sólo tenga que pensar en baloncesto.

Del amplio vestuario, totalmente diáfano, que ordenó construir Bozidar Maljkovic, al de ahora, hay muchos cambios. Zonas acotadas y cerradas, que dan sensación de intimidad.

Ojalá que en ese santuario se descorchen este año botellas de cava y la prensa entre en tropel. Sería la mejor señal posible de que el Unicaja vuelve a ser grande.