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Competición europea

Aquella final europea inolvidable

La dolorosa derrota en Limoges por 80-58 no empañó la ilusión de la ciudad en su primera final continental

No era el Unicaja el favorito. Ni mucho menos. Pero aquel 22 de marzo de 2000, minutos antes de que el balón se lanzara al aire, todo el «unicajismo» creía a pies juntillas que el título de la Copa Korac sería para el equipo cajista. Fue la final de la ilusión, la constatación de que el fichaje de Bozidar Maljkovic para el banquillo verde era un salto adelante camino de la lucha por títulos.

Los Jaumin, Mrsic, Orenga, Javi Fernández, Marcaccini, Dani Romero (capitán del equipo) y compañía se encontraron enfrente a un Limoges mucho más hecho, con mejor palmarés, con un emergente Dusko Ivanovic como técnico en su banquillo y con un plantel con nombres ilustres como Dumas, Bonato, Harper Williams o los que más tarde fueron jugadores cajistas Marcus Brown y Frederic Weis.

Con casi un centenar de cajistas en las gradas, el Palais des Sports Beaublanc del Limoges se abarrotó desde una hora y media antes del inicio del choque, con más de 5.000 aficionados que no dejaron de animar a su equipo y que pusieron los pelos de punta a propios y visitantes entonando a pleno pulmón La Marsellesa, minutos antes del inicio del partido.

El partido, desgraciadamente, solo tuvo un color: el burdeos y oro del uniforme del Limoges. El Unicaja, gracias a un inspirado Juan Antonio Orenga, aguantó en el marcador en los primeros minutos. Pero a partir de ahí (los partidos todavía se jugaban en dos partes y no en cuatro cuartos), el equipo galo mandó con autoridad. Al descanso, la diferencia era de 14 puntos para el Limoges. Tras el intermedio, Bozidar Maljkovic lo intentó con una zona. La solución táctica del preparador serbio sirvió para que la diferencia se rebajara hasta los nueve puntos, pero entonces emergió la figura de Marcus Brown para sentenciar el partido y virtualmente la eliminatoria, con el 80-58 final. Sus 31 puntos y su gran defensa sobre Mrsic fueron la clave. La fiesta en el Beaublanc fue total. Música, globos e invasión de pista. Quedaba la vuelta, pero los franceses se vieron ya campeones.

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