Ha sido un placer, un verdadero placer. Ocho meses después de arrancar la pretemporada, 61 partidos oficiales más tarde, con 4.825 puntos anotados y 4.631 recibidos, 584 triples convertidos y 16 jugadores utilizados, el Unicaja echó ayer el cierre al curso, tras perder contra el Real Madrid, por la vía rápida, el tercer partido del play off de semifinales de la Liga Endesa.

Ha sido un orgullo volver a soñar en verde, levantar un título 11 años después, celebrar las mieles del éxito, disfrutar y ver gozar a tanta gente... Para siempre, en la retina, quedará inolvidable esa remontada de Valencia y, sobre todas las cosas, esa media hora en el Aeropuerto, a las 4 de la madrugada, con más de mil cajistas, llorando de alegría. Uuuuufffhhhh... aún emociona recordarlo y escribirlo. Qué momentazo.

Acabó como se le pedía, al menos, el Unicaja. Compitiendo, dándolo todo, dejándose el alma en la pista. Hacerlo de otra forma hubiese sido manchar un curso histórico y sobresaliente. En el que el Unicaja ha brillado, desde los despachos a la pista, y se ha reencontrado con valores y sentimientos que parecían perdidos. Quedan cosas por hacer y por mejorar, pero el camino está trazado. Y la Euroliga, el convite donde se reúnen los mejores de los mejores en Europa, estará también teñida en verde el próximo curso. Ése era el gran objetivo de este año: regresar a la mejor competición continental. Al lugar donde se estuvo 15 temporadas consecutivas y que, justo en el año de su reconversión más importante, daba la espalda al club malagueño y, no lo olvidemos, a Unicaja Banco, el patrocinador más longevo, próspero y comprometido de todo el básket europeo.

Luchó el Unicaja ante el Real Madrid, con todas sus fuerzas y recursos. En una pelea marcada por la diferencia entre una plantilla y otra. Y, por qué no decirlo también, con dos baremos arbitrales diferentes y opuestos, dos formas de medir las faltas en cada una de las zonas, que minó y minó y minó al equipo malagueño.

No hubiese necesitado el equipo de Pablo Laso nada de esto. Porque el Madrid de Llull (el miércoles) y de Carroll (el viernes) fue el domingo también el Madrid de Doncic y de Randolph. Y fue sobrado. Soportó el chaparrón ambiental del primer tiempo, con un Unicaja que vivió del triple hasta el intermedio (33-31). Demostró después Dejan Musli que no se le ha olvidado esto de jugar al baloncesto, con 10 puntos en 10 minutos, bien secundado por Jamar Smith y Kyle Fogg. Llegó a ponerse el Unicaja con 50-41. Pero con estos del Madrid, si te despistas en dos defensas, te pegas un tiro en el pie. Doncic, a sus 18 años, se echó a todo un Real Madrid a la espalda, y Randolph fue un tormento en los dos aros, con una superioridad física extraordinaria.

El Unicaja aguantó como pudo. Con Eyenga multiplicándose en ambos lado de la pista y demostrando que su físico le vendría de maravilla al equipo en Euroliga. Aunque, las cosas del destino, él tuvo el partido en sus manos. Con 67-69 falló un triple que le hubiera dado la vuelta al partido. Rudy y Llull fueron al tiro libre y pusieron el 67-73. Nedovic anotó dos triples imposibles para alargar la agonía y Suárez tuvo la última bola del Unicaja esta temporada: 73-76.

Y ahí se acabó todo. 61 partidos y ocho meses después, el Carpena cerró el telón. Los jugadores volvieron a salir a la pista. Porque lo que han hecho este año, a partir de febrero, ha sido histórico. Así que gracias, mil gracias a todos, por devolvernos la ilusión, hacernos soñar y hacer brotar, de nuevo, el orgullo que significa ser del Unicaja.