No hay hallazgo posible, pues nada hay oculto. Desde un luminoso rojo chillón me asalta la palabra "axilas", atravesando con suavidad el cristal de la ventana del autobús. Son hermosas las palabras por sí mismas, sonidos del infinito bosque circular que al nombrar crea: primero fue el verbo, que partió el silencio, y el silencio existió, se conoció, como quien se mira a un espejo por primera vez. La ballena rodante se desliza entre el tráfico lanzando bufidos, con la noble arrogancia de un gigante va dejando atrás el anónimo reguero de automóviles. Su traqueteo me lleva mucho más allá de la última parada. Me busco un lago a la medida de este asiento y lo lleno de palabras, un lago de vino tinto y palabras embriagadas mientras las calles van pasando con leve memoria. Mis dedos no tocan pantalla alguna, la música llega desde las crujientes tripas del cetáceo azul. Estoy solo en ninguna parte, voy mucho más allá de cualquier lugar. La ciudad es un circo deslizante de palabras al azar que me cabe entero en los ojos.