­Recuerda dolores y no poder levantarse de la cama desde los 7 años. Hasta los 16 los médicos no supieron que tenía artritis reumatoide, pero ya había perdido la mitad de su infancia y su brazo izquierdo se había quedado inválido. A los 30 años perdió el codo de su brazo derecho y entró en una depresión. Pero para lograr que le dieran una pensión por gran invalidez tuvo que trabajar unos años en un chiringuito. «Me encantaba el trabajo, pero no podía», reconoce la mujer, que con sólo 52 años tiene una prótesis de cadera y otra de rodilla. Reconoce que la voluntad es fundamental para seguir adelante con una vida como la suya. No se le borra la sonrisa de la cara y es consciente de que la lucha es fundamental para sobrellevar enfermedades como la suya. «Me duele todo pero soy muy optimista. Estuve en silla de ruedas un año porque no puedo usar muletas al no tener codo. Pero bailo folclore», bromea la mujer, que no desiste de ser feliz.

Encarni no puede atarse los cordones de los zapatos, ponerse medias ni cortarse las uñas. «Me duele la cadera, las manos las tengo deformadas y cuando llevo más de diez minutos de pie ya no puedo más», dice la mujer, que vive en una permanente planificación. «Me levanto pensando qué voy a hacer. Vivo con tres hermanas, en mi situación una persona no podría vivir sola», cuenta, al tiempo que reconoce que hace años que asimiló que ni un milagro le privaría de dolor. «Las personas con dolor existimos. Somos parte de la sociedad, que a veces ni nos cree».