Se abre camino la idea de que las burbujas no son una patología del capitalismo, sino su modo de funcionar, los latidos de su corazón. O sea: una burbuja hace plof y otra nace, y cuando esta hace plof nace la siguiente, y así. Las burbujas las infla el afán por ganar dinero de mucha gente, desde grandes capitalistas a pequeños ahorradores. Es un fenómeno típico de masa, en el que los individuos se mueven en enormes bandadas. Las burbujas provocan crisis, pero también grandes acumulaciones de capital. De la del ladrillo vemos ahora la ruina de algunas empresas, y los apuros de miles de particulares, pero la acumulación producida en esa parte del sistema ha sido ingente. De la burbuja que ahora está henchida, que es la del petróleo, surgirá un reparto distinto de la riqueza y el poder en el mundo. El lujo y la riqueza se asocian míticamente a las burbujas del champán, y por algo será.