Estamos rodeados de ventanas; de todos los tamaños; de todos los estilos. Nuestro mundo tiene más ventanas que balcones. Siempre he tenido la sensación de que las ventanas son agujeros más o menos graciosos, por los que las cosas del mundo entran, mientras nosotros no somos vistos. Así, entran voces, colores, sonidos, olores, luces, sombras.... Por entrar, hasta la magia entra, vestida de sensaciones: ¿quién no ha tomado alguna vez consciencia repentina de que ya era verano -o invierno, o primavera, u otoño-, por el perfecto collage de sensaciones que entraba por la ventana en ese momento? Las ventanas son introvertidas, son como esas almas que nacieron para recibir siempre. Los balcones son distintos, son como escenarios al mundo; como tribunas o púlpitos disfrazados. Son cuevas hacia afuera, cuevas para salir, no para entrar, ni para quedarse. Los balcones nos enseñan, nos muestran, y sirven para ver, para percibir, mientras el mundo nos ve y nos percibe. Desde el balcón nos hacemos ver. Los balcones son extravertidos. Los balcones son como esas almas que nacieron para dar siempre.

Los balcones sirven bien para el orvallo; para el jarreo, las ventanas. El orvallo acaricia; la lluvia grande agrede... Que ventanas y balcones no se llevan bien, es una mostración más que evidente. Siempre guardan las distancias. En el mismo sitio, o una ventana, o un balcón..., así son las cosas. Quizá obedezcan a profundas razones de especialización, quién sabe... Llegada la noche, las ventanas son como agujeros de luz. Las ciudades se convierten en mundos agujereados. Las ventanas se iluminan para que la oscuridad no las penetre. Ya se sabe, son introvertidas. Los balcones, que son extravertidos, se dejan abrazar por las sombras y se transforman en rincones confidentes. El más excelso notturno de susurros, seguro que fue compuesto en un balcón andaluz. Ay, tiempos en los que cuando susurros y ruidos convivíais, los ruidos acallabais. Entonces balconear era un arte...

Es curioso, cómo uno puede pasarse toda una vida mirando ventanas y balcones sin verlos. Cuestión de intención, digo yo... Si miramos las ventanas a modo de voyeurs descuideros, pretendiendo hurtar el instante de un seno desnudo o de una contorsión galante, o si miramos los balcones con la clandestinidad del que escucha un secreto de confesión, lo normal es que no veamos ni balcones ni ventanas. Cuando miramos a través de las cosas, generalmente, no vemos las cosas. Ya hace tiempo que sabemos, con permiso de nuestro cerebro, que solo vemos lo que miramos conscientemente. Así, cuando miramos a través del turismo, no vemos el turismo...

Los balcones y las ventanas, como metáforas o metonimias fraguadas en el ideario popular, expresan ideas que los turísticos manejamos con soltura. Turísticamente, unas veces hemos sido «tontos con ventanas», otras hemos «tirado la casa por la ventana» y otras -últimamente más de moda- hemos estado «jodidos con balcones a la calle». El turismo que, además de industria, es un arte noble -cuando lo es-, es más probalcón que proventana, sin menoscabo de esta última. El turismo es el paradigma de la extraversión. Los destinos turísticos aspiran a ser balcones, pasarelas, proscenios, teatros abiertos al mundo, en los que el turismo ocurre. Los balcones turísticos están para ver y para ser vistos. La misión de los turísticos -esos que hacemos posible la cosa turística-, es mirar al turismo, no a través del turismo. Mirando al turismo, siempre vemos el frondoso bosque. Vemos progreso, riqueza, futuro... -o no, y tocará elegir-. Mirando a través del turismo, solo vemos nuestro particular árbol. Solo vemos enriquecimiento, oportunidad, excusa... Las miradas dirigidas al turismo siempre son holísticas, sin distinciones políticas ni profesionales. Las miradas a través del turismo son otra cosa, particularmente útil para algunos políticos, para algunos profesionales y para algunos de esa raza omnímoda que tantas cosas presiden en los últimos tiempos.

Los balcones y las ventanas turísticas, por épocas, irradian alegría y luz, a pesar de algunos graciosillos, a los que el mal gusto los empuja a colorir sus balcones y ventanas con toallas, biquinis, braguitas, slips, sostenes y otras prendas... Hay otras épocas, en las que los balcones callan y la oscuridad y las sombras invaden las ventanas. Esto nos rompe el alma. A veces, hasta parecen estar muertos..., pero, en fin, no es de esos balcones y ventanas de los que hoy escribo.