El giro de Donald Trump en su discurso de aceptación fue fuerte. Pasó de encarcelar a Hillary Clinton, un monstruo de corrupción, a alabarla por su dedicación a América. Y no habló del muro con México sino de una gran inversión en obra pública. El Premio Nobel Paul Krugman, keynesiano y gran crítico de Trump, se debía frotar los ojos. Ha sido el dogmatismo republicano contra el déficit público el que ha impedido a Obama una política fiscal expansiva.

¿Es posible que Trump recurra a bajar impuestos (lo ha prometido y lo hizo Reagan) y a las inversiones en infraestructura para animar una economía que ya tira y satisfacer a los votantes quejosos? ¿Y que entierre el tratado comercial que se negociaba con Europa -como pide también Podemos- pero no haga grandes estropicios en el libre comercio? ¿Y que su política contra la inmigración se limite a algunos gestos?

No es seguro. Ni tampoco que sepa equilibrar sus promesas con un gobierno responsable. Mucho depende de su partido que le puede moderar pero todavía más de su voluntad real que veremos con sus nombramientos. Ya ha hecho al exgobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, un republicano moderado, el jefe del equipo para el traspaso de poderes. Y se habla de republicanos conocidos para cargos relevantes. Del antiguo alcalde de ley y orden de Nueva York, Giuliani, como fiscal general. O de Newt Gingrich, líder de la revolución conservadora de 1994, que fue presidente de la Cámara de Representantes y frenó el impulso inicial de Bill Clinton.

Hay incertidumbre pero puede que la alarma de la izquierda europea, o del centro-izquierda americano del «New York Times», o de medios liberal-conservadores como «The Economist» o el «Financial Times», haya sido excesiva. América ha girado a la derecha con Trump y Manhatan, donde Hillary ha sacado más del 80% de los votos, está deprimida. Pero no es el fin del mundo si vuelven a mandar republicanos como Giuliani o Gingrich. La gran incógnita, que dará muchas claves, es el futuro secretario del Tesoro.

Lo indudable es que la victoria del populista Trump (auténtico o de marketing) inquieta y no presagia nada bueno para el referéndum italiano de diciembre, o las elecciones holandesas de marzo, francesas de mayo, o incluso alemanas de septiembre. Que Marine Le Pen fuera en primavera la inquilina de El Elíseo, un mal sueño para el euro, no es probable. Pero lo es más hoy que si Hillary fuera presidenta.