El carnaval es diversión, risa, disfraz, antifaz, melancolía, llanto, guitarra, compás, coplilla. Es el grito de libertad que, llegando febrero, se convierte en arma arrojadiza para decir basta ya a todo lo que nos oprime y nos frustra durante el año. Sacar una agrupación conlleva un sacrificio y un esfuerzo a veces desmesurado. Para el actor de la fiesta, el carnaval no empieza en febrero, si no que nunca acaba. Aún no ha terminado un carnaval y ya esta preparando otro, es terminar febrero y seguir disfrazado, seguir cantando, llevar la guitarra a una moraga y allí entre copla y risas te coja de imprevisto la madrugada. Son noches interminables componiendo música, letras, disfraces, forillos y ensayos. El que ama esta fiesta sabe el esfuerzo tan grandísimo que esto tiene, dejar tu casa noche tras noche, muchas veces sin ver ni un solo minuto a tus hijos e incluso el gasto económico. Por eso me indigna profundamente que nos tomen como bufones, como mercancía la cual llegando febrero todo el mundo necesita para hacer negocio de ella. No se acuerdan en todo el año de ti por si necesitas ayuda, si necesitas un local para refugiarte del frío y ensayar, y muchísimo menos ayuda económica. Hay empresarios que piensan que haces tu agrupación y repertorio para su deleite, a su vez, para el día que él quiera llamarte y hacer negocio contigo. En la barra de su bar o de su tienda e incluso de su centro comercial. Si por él fuera te pagaba tu actuación con una patada en el culo, pero tiene decencia, (por llamarlo de alguna manera) y te dice que él te pone de comer y de beber, por ejemplo una pizza y un refresco. Nos han visto con caras muertos de hambre.

Escúchame mercader de pacotilla. Esto lo hago porque yo quiero, porque es mi fiesta y moriría por ella, pero metete esto en tu cabeza y tatúatelo a fuego en el alma si es que tienes decencia para ello. El carnavalero solo tiene hambre de carnaval.