La Térmica recibe esta tarde, a partir de las 20.00 horas, a Alejandro Simón Partal (Estepona, 1983), dentro del ciclo Con Ciencia y Pensamiento: Crítica y Ficción en el Siglo XXI. Trae en el bolsillo de la chaqueta Una buena hora, su nuevo poemario, una indagación sobre la existencia tangible, cercana y sus bondades, continuación de sus ensayos y versos sobre la felicidad y sus alrededores (Las virtudes de lo ausente: fe y felicidad en la poesía española contemporánea, La fuerza viva). Hablará sobre ello con los autores Isabel Bono y Patricio Pron.

De los hermanos Argensola, que dan nombre al premio que has recibido por Una buena hora, siempre se destaca sus formas clasicistas. ¿Usted se considera un poeta también clásico?

Independientemente de la formación clásica que se haya podido tener, o de que hoy escribiera sonetos (Dios no lo quiera, aunque algunos colegas, como Jiménez Millán, los bordan), sería muy ridículo considerarme así, y ya lo es casi considerarme poeta, porque la poesía aparece excepcionalmente, cosa que no le ocurre al marinero o al cirujano.

El título de Una buena hora viene por su fascinación por el concepto francés de buena hora, que reconoce que la felicidad es cuestión más bien de momentos. ¿Qué es la felicidad?

Más allá de la definición, que es la que apunta, me gustaba cómo sonaba el título, la serenidad que transmite, alejado de la pirotecnia de algunos que usé en anteriores libros. Por otro lado, los poemas de este libro no abordan la felicidad, sino las bondades cercanas de la vida. Para mí la felicidad es la capacidad de abandonarnos al mundo, de aceptar nuestra sumisión, y el goce más o menos breve de algo inabordable.

Perdóneme la banalidad, pero escribir sobre la felicidad cuando se es guapo, joven, alto y talentoso podría resultar un ejercicio más feliz que si uno es un troll...

Conozco a personas jóvenes, guapas y altas que son muy infelices. Y si por troll entendemos alguien con orejas de soplillo, un apiñamiento dental o unas marcas en la cara, entonces me pirran los troles. La felicidad no está en uno, sino en los otros, en nuestra relación con los demás. La persona es relación, y poco más.

En la constante lucha entre la oscuridad y la luminosidad como siempre define la vida, ¿en qué punto se encuentra ahora mismo?

Necesitamos esa oscuridad que no ahoga para encontrar las revelaciones. Tenía razón Paul Virilio cuando escribió que demasiada velocidad es compatible con demasiada luz... No se ve nada. Por eso lo velado y el ritmo lento son extremos necesarios en la poesía. Y yo, a pesar de los cachetazos inevitables de la vida, estoy en un momento dulce.

¿Y cómo va su búsqueda de Dios? ¿Dónde cree que podría encontrarlo?

Santo Tomás de Aquino, que fue seguramente quien mejor comprendió este misterio, escribió que lo máximo que podemos saber de Dios es que siempre supera todo lo que podamos pensar de él. Imagino que a Dios no se le busca, sino que está en lo que nos rodea, en el misterio que hay detrás de todo lo cercano y que no llegamos a comprender del todo. «Si lo comprendes, no es Dios», decía San Agustín. Casi todo lo que no podemos explicar o palpar es lo que nos sostiene en el mundo, como la esperanza o el amor. Dios está en nuestra virtud de dudar, que abre caminos y posibilidades, y nos aleja de los fundamentalistas, que son los que no dudan.

Su obra es una huida consciente de esa poesía de la autocelebración, incluso de las propias miserias y tormentas. ¿Prefiere un poema mediocre que la gente comparte y hace suyo a un poema excelso pero inaccesible?

Ninguno de los dos. Prefiero un poema que transmita fervor, entusiasmo, que me tire a la calle con ganas de invitar a cenar a medio pueblo, que me susurre todas las bondades del mundo.

Otro brete: ¿Prefiere a una persona que se dedica por entero a exprimir la vida, sin pararse a leer ni un poema, al que devora poemarios y poemarios pero no tiene ni la más remota idea de lo que es felicidad, ni la ha experimentado?

Si exprimes la vida sin poesía, te vas a perder los matices que hacen buena anfetamina de esos momentos, sin ella no la estarás exprimiendo del todo; cuando digo poesía no hablo, o no solo hablo, de libros de poemas, que muchas veces son lo más alejado a esta. La mejor poesía está ahí fuera. Siempre he tenido debilidad por los golfos, por los que van a cuerpo por la vida.

¿Aprende de sus alumnos de Zaragoza? Dígame que no todo está perdido, que las generaciones venideras son mejores...

Muchos de mis alumnos son unos héroes y por supuesto que aprendo de ellos. Tienen que levantarse muy temprano para coger el tren, soportan el cierzo helado y el sistema académico, así que no puedo defraudarles ni aburrirles. Sería un criminal. Poder pasar una mañana comentando un poema de Pepe Hierro, por ejemplo, me parece que es una buena manera de vivir de la literatura, y de no claudicar ante otras miserias de la vida. Me gusta lo que apuntaba Alejandro Zambra, que los profesores vivimos a la defensiva y al final lo único que les enseñamos es a competir, que es lo peor que podemos enseñar porque desde ahí producimos mentes como la de Nadal, que es lo contrario a lo humanístico. Tengo toda la esperanza en la generación que ahora tiene 18 ó 20 años. La mía, la que piensa que va a contracorriente, apenas se ha mojado los pies, y son, principalmente, corriente ensimismada.

Y para terminar, una curiosidad... ¿Cuál es su palabra favorita?

Sacrificio, sumisión, gaznate, suspensorio... Cualquiera de ellas. Me gusta especialmente la palabra sacrificio, que es el oficio diario de hacerse sagrado.