Le gustaba sentarse en las cafeterías. Su bigote casi de terracota, su planta de gran señor. Se permitía, incluso, desplegar teatralmente el periódico, imitando el vuelo de los príncipes a los que daba vida en el cine. La gente le miraba con discreción. De vez en cuando sacaba la lengua. O ponía cara de ahorcado, de perro, de espectador del fin del mundo, de princesa, de bribón. Se hacía el loco para que pensaran que estaba loco, pero no colaba. En los años sesenta, todo el mundo sabía quien era Mischa Auer, el rey del cine sonoro, el mayordomo, el veraneante de la Costa del Sol.

Su historia era la de la fábula de The Artist, pero justamente al revés; el actor de películas mudas que se sobrepone a la palabra y recoge las flores de Hollywood. Mischa, el cómico superdotado, el candidato al Oscar, el actor de Lubitsch, de Capra, del poeta René Clair. Un intérprete con alma de intelectual y movimientos de payaso, de bailarín, reconocido todavía en sus papeles de príncipe desharrapado, de mayodormo universal. El artista que supo bailar entre dos mundos y no sólo en el cine, sino también en su vida personal. De niño, con el viaje de Rusia a América, y de mayor, en la cúspide de su fama, en un trayecto igualmente personal, el tránsito de la Costa del Sol paradisíaca a los rumores de los grandes edificios y de la televisión.

Residente a tiempo parcial. A Mischa también le encantaba dárselas de pionero. En las entrevistas, aseguraba que cuando él vino por primera vez casi nadie sabía lo que significaba Torremolinos, y ni siquiera Marbella. Orson Welles, sin embargo, conocía la provincia. De hecho, pudo ser el director quien le habló del sur de España, quizá durante el rodaje de Mr. Arkadin, estrenada pocos meses antes de la llegada de Auer a la Costa del Sol. Al fin y al cabo, entre 1955 y 1957, el bigotudo americano participó en tres proyectos en los que revoloteaba como un colibrí el nombre de la provincia; la película de Welles, La pícara molinera, grabada junto a Carmen Sevilla y Francisco Rabal y Esa pícara colegiala, en la que coincidió con otra criatura venusiana adscrita al veraneo incipiente de Málaga, la actriz Brigitte Bardot.

Durante la década de los sesenta, el cómico decidió afincarse en la provincia. Se compró una casa en Marbella, a la que bautizó con el nombre tan poco anglosajón de Villa Concha, simplemente porque le sonaba bien. Su tiempo se repartía estrictamente entre los rodajes y los periodos de descanso que le proporcionaban los vuelos y la butaca reposada de su mansión. Tres años antes de su muerte, en octubre de 1964, todavía andaba por aquí, aunque ya rezongante, de uñas para afuera en lo que se refería a los nuevos ritmos de la Costa del Sol.

El paraíso perdido. La prensa nacional del momento, que le dedicó grandes reportajes, lo describía con sus inmensos ojos de huevo y su semblante quijotesco en la secuencia de oro de la provincia que comunicaba con Audrey Hepburn y todas las celebridades que refulgían como lagartos bajo la arena de Torremolinos. Auer se recostaba en las terrazas de los hoteles, pensaba en un horizonte que conoció despejado, intensamente despejado y en el que ahora empezaban a erigirse grúas y azoteas de cristal. Las crónicas mencionaban entonces al sur de España como el lugar en los que los famosos recuperaban su anonimato, el sitio en el que todavía se podía pasear sin la incomodidad de las cámaras.

La Nueva York del sur. En 1964, Auer, ya empezaba a desconfiar. Se había radicado en Marbella, a la que todavía consideraba pacífica, por contraste con Torremolinos, que, en su opinión, se parecía cada vez más a un enjambre. «Aquello está tan concurrido como Nueva York». Decía que su estancia en la provincia estaba supeditada a la serenidad. Por suerte no tuvo que vivir las décadas del frenesí del papel satinado y el hormigón. Hubiera perdido su bigote y su porte, o peor aún, habría cambiado su lustre en la provincia por el de la Riviera, a la que a menudo comparaba con Málaga. En su última entrevista en España, el actor advertía que los precios empezaban a dispararse en la provincia. No sería por problemas económicos. El gran mayordomo, con la librea sobre la memoria de la Costa del Sol.