Crónicas de la ciudad
El misterio de los niños del Jardín de los Monos
Contamos hoy por qué hay dos pedestales vacíos en este rincón de la Victoria, al que en 2009 regresó el escultor Marino Amaya, autor en los 60 de las esculturas infantiles.
Como saben por la reciente exhibición de matonismo ‘putinero’ en Ucrania, casi siempre el grandullón de la clase lo paga con el más débil.
En el caso del Patrimonio de Málaga resulta palpable a la vista de los daños que a lo largo del tiempo han sufrido las esculturas más pequeñas.
Fue el caso de la Niña de Lagunillas, preciosa obra de Jaime Pimentel, inaugurada en la primera mitad de los 60 y descabezada en su día por alguna agrupación celular con DNI.
Y muy cerca de allí, en el antiguo Jardín de los Monos, hoy de la Victoria, fueron desapareciendo una a una las esculturas de niños, realizadas por el artista de Astorga Marino Amaya con motivo de la remodelación del espacio, también en la primera mitad de los 60. Al final, sólo quedaron dos niños originales de bronce. Entre los desaparecidos había muchos tallados en piedra artificial.
Y ya fueran destrozadas por mamíferos de nuestra especie o robados por sagaces homínidos de mente garrula, en 2009 el Ayuntamiento de Málaga logró que el autor leonés, a punto de cumplir 80 años, restableciera las esculturas perdidas y como contó a este periódico, lo hizo en colaboración con su hijo Salvador, que también es escultor, así que mientras el padre las modelaba de nuevo, el hijo se encargaba de fundirlas en bronce, pues se decidió que todas se hicieran en esta material mucho más perdurable y resistente a los energúmenos.
Marino y Salvador Amaya tardaron un año en realizar las esculturas que faltaban y, según explican esta semana fuentes próximas al Ayuntamiento, se ayudaron de fotografías de las piezas para volver a recrearlas.
Y ahora viene el enigma, pues ni siquiera entonces pudieron rehacer dos de las esculturas. La primera la pueden localizar en el lateral más próximo a la iglesia de San Lázaro. Ahí descubrirán un pedestal que sostiene unos piececitos de bronce. Como explican las mismas fuentes, se trataba de un niño cenachero, del que no quedaba testimonio fotográfico ni molde. El Consistorio, eso sí, conserva uno de los pequeños cenachos de pescado, tras la gamberrada de rigor o el intento de hurto.
Hay un segundo pedestal en el lateral sur de la plaza, oculto por las plantas, en el que sólo se aprecia el anclaje de una escultura. Ocurrió lo mismo: el artista no contaba con más moldes ni fotos y se quedó como sigue en nuestros días.
Los dos pedestales lucen vacíos y por supuesto sin el cartelito municipal que informa del título de la obra, fecha y autor. Cosas de abusones.
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