Crónicas de la ciudad

Del charquito milenario del Rectorado y el dique fallido

El charco perpetuo del Rectorado nos avisa de que todo lo que se ejecute en las ‘aguas del pasado’ deberá hacerse con ojo, incluido el túnel del Paseo de los Curas

El charco del Rectorado, ayer a primera hora de la mañana.

El charco del Rectorado, ayer a primera hora de la mañana. / A.V.

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

Resulta tan fascinante como inquietante comprobar cómo el Acueducto de Segovia permanece en tan buen estado de revista pese a sus dos mil años de antigüedad, mientras que el espaldón (barrera para resistir el empuje de las aguas, según la RAE) del dique de Levante ha lucido como el decorado de una película de zombis y eso que fue ejecutado antes de ayer con las técnicas más punteras y, quizás, por responsables o con el rostro de hormigón armado o con conocimientos de peón caminero.

Las grandes obras son una incógnita pero difícilmente tamaña chapuza asomada al Mar de Alborán podría ser un negocio turístico boyante como lo sigue siendo la centenaria pero fallida Torre de Pisa.

Pero hay otra obra magna que todavía no se ha ejecutado en nuestra ciudad y ya levanta preocupación: el túnel bajo el Paseo de los Curas.

Los expertos avisan de que se debería ejecutar con el cuidado más extremo y siempre que lo avalen los estudios más amplios (y certeros), no vaya a ser que suponga un Muro de Berlín para las capas freáticas y llegar antes al Palo en coche suponga desgraciar la maravilla botánica del Parque.

Precisamente, de la ignota pero imparable actividad del subsuelo de Málaga, incluso en épocas de sequía pertinaz como esta, nos da simbólica evidencia el ‘charquito milenario’ al pie del Rectorado.

Aunque los trasvases del pantano de la Viñuela sólo se puedan hacer en la actualidad con un cuentagotas, el antiguo edificio de Correos está acompañado todo el año por un charco que ha logrado dejar el pavimento oscurecido por su constante aparición y desaparición.

A primera hora de la mañana suele lucir marea alta y luego el Lorenzo lo va consumiendo a lo largo del día.

Es bastante probable que por esos lares, en los tiempos en los que ni siquiera había constancia documental de Jordi Hurtado o de la palabra «resiliencia», aparcaran sus barcos los fenicios. Por entonces, Malaka era una península con la loma donde hoy se levanta la Catedral como suave propina geológica del cerro de la Alcazaba. Y delante, el ancho mar junto a la anchísima desembocadura del Guadalmedina.

Pasaron los siglos y las civilizaciones y gracias a Cánovas del Castillo -también como quien dice antes de ayer- la ciudad ganó terreno al mar con sus rellenos.

Pero ahí sigue el charquito, como guiño a una dinámica milenaria, sea evocación de un antiguo pozo, riego, capa freática o pleamar. Ojo, pues con todo lo que se haga en las aguas del pasado para no repetir lo del dique.

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