Días después de ser nombrado director de La Cónsula, Rafael de la Fuente reunió a su nuevo equipo para tomarle la temperatura a un profesorado que iba a escribir páginas gloriosas en la Costa del Sol. En el antiguo caserón situado en Churriana, instruyó a sus hombres sobre cómo debían abordar las cuestiones profesionales al margen de cualquier posible injerencia política. Consciente de que la escuela de hostelería que iba comandar a partir de ahora se nutría del mecenazgo de la Junta de Andalucía, supo dar en el clavo: «Da igual de qué partido sea el político de turno, debemos tratar a todos con la misma y escrupulosa educación». Aquella frase, aparentemente sencilla, describe muy bien el carácter de un hombre culto y civilizado. Fundamental para seguir identificando unos valores que están en decadencia, pero que se intuyen más necesarios que nunca. Donde unos se han abonado a las alcantarillas del sectarismo y a la división, De la Fuente demuestra lo rotundamente equivocados que están. Hoy, De la Fuente recibe la medalla de la Ciudad de Marbella en reconocimiento a su trayectoria. Que el nombramiento viniera de la mano de un gobierno del PSOE y ahora se culmina con uno del PP lo sintetiza todo. Que para algunos siga siendo una sorpresa que no se haya caído de la lista, también.

A dónde va ese hombre con la admiración sincera de todo el que lo conoce, su exquisitez en el trato y esas abrumadoras referencias que trazan sombras alargadas, además de hablador de seis idiomas, para acabar de sacar los colores a cualquiera. «Lamento no tener más tiempo para leer a Dostoyevski en ruso», dijo en una ocasión. Hay humillaciones indirectas que se reciben de buen grado, pero que dejan tartamudeando a quien se las creía muy políglota.

De la Fuente es de estas personas que ya no existen. Alguien a quien podrías comprar un coche con sólo darle la mano. Un símbolo del turismo en la Costa del Sol, a la que supo laminar como se hace con una buena carne, hasta dar con el punto exacto. Lector exquisito y de conversación nutritiva. Cada palabra suya destila el valor de una experiencia profesional acumulada durante más de 40 años. Antes de la escuela de hostelería de La Cónsula, dirigió cuatro hoteles de cinco estrellas. Los Monteros y Don Carlos, en Marbella. Villamagna, en Madrid y Palm Beach, en Maspalomas. En sus periplos lo ha visto todo. Ha conocido el talento, la caída en desgracia y los grandes jefes de sala. Vivió cómo la primera estrella Michelin cayó en Andalucía. Cómo no, con él de director en Los Monteros y con Paul Schiff en los fogones. La perdurabilidad llegó en La Cónsula, cuando Málaga se acostumbró a lo extraordinario: sacar estrellas Michelin un día sí y otro también. José Carlos García, Dani García y Celia Jiménez le recordarán con cariño. Ellos han renovado la gastronomía andaluza, pero quién sabe qué hubiera pasado si no hubieran coincidido en tiempo y espacio con Rafael de la Fuente.

Gurú del turismo

Muchas veces se usa la palabra gurú con el peligro de no reconocer a uno de verdad cuando se nos pone por delante. De la Fuente lo es del turismo, sin duda, porque fue un actor principal en esa trayectoria que ha llevado a Marbella a ser una marca propia y reconocida en todo el mundo. Garantía de una industria que a él también le sirvió para cuajar amistad con gente llegada de todo el mundo. Muchos, tan afamados como para levantar la histeria colectiva sólo con poner un pie en el aeropuerto de Málaga. El mismísimo Sean Connery compartía tertulia con De la Fuente y se interesaba por saber cómo avanzaban los veranos en la Costa del Sol.

Uno ve ahora esas fotos en blanco y negro, y es muy fácil imaginar como cada esquina de aquella Marbella remota despierta en De la Fuente un recuerdo. Personajes que marcaron una época y pasan por su mente. También algunas historias inverosímiles, pero, oiga, que esto es Marbella. Paul Baucuse, Alfonso de Hohenlohe y Lew Hoad. En un mundo que tiende al relativismo y al Airbnb, De la Fuente todavía representa una época gloriosa que tozudamente se niega a claudicar y que indica que no hay que perder la esperanza. Que el hombre es dueño de sí mismo y si quiere se puede labrar un camino. Ahí están los orígenes de De la Fuente, tan conformes a ese guión sin padrinos ni mecenazgos. Lleva años viviendo en su amada Marbella, pero vio la luz. De ahí supo alcanzar la cima, nutriéndose de una curiosidad insaciable y su don por los idiomas.

Después de su jubilación, el pasar del tiempo está regalando a De la Fuente esos buenos momentos que la vida confiere a quienes han sabido usarla. Bien de salud, salvo leves achaques. Volcado en el cuidado de su esposa, Conchita. Con dedicación a la lectura y a la escritura, como demuestra cada sábado con su deliciosa columna semanal en estas páginas. Al ser preguntado por cómo se siente, lejos de la pesadumbre del intelectual, contesta que «se siente agraciado por todo lo vivido». Nadie como él para hacer oídos sordos a las sutilezas con las que el poder político de turno quiere imponer su criterio. Quizá, por ello, la medalla que ahora ya luce ha tardado en llegar. Así es, aunque él nunca lo hubiera denunciado.