Con una abstención que cae bajo la línea roja del 50%, el desencanto de la sociedad española con la acción política queda verificado por el test menos manipulable, que es el de las urnas. Son mínimos el margen de interpretación y las explicaciones para tontos que los partidos podrán permitirse, después de la humillante participaciín y los resultados finales en Galicia y Euskadi. El desplome en picado de la participación gallega beneficia a un candidato que acertó al personalizar la campaña, ocultando casi las siglas del partido y minimizando el apoyo de sus líderes nacionales. Lo indudable es que ha ganado Feijóo, no el PP, aunque la dirigencia nacional intente rentabilizar la victoria como prueba de que la austeridad salvaje no ha erosionado la marca ni a su presidente. Cosa distinta será el porcentaje de crédulos que lo asuman acríticamente.

El PSOE es el gran perdedor en la comunidad gallega donde cede terreno a Feijóo y a la tercera opción, la nacionalista, que supera su cuota dividida entre en dos. El batacazo socialista también puede vincularse parcialmente a la personalidad del candidato, pero en sentido contrario: en este caso era pésimo. El daño no ha sido tan grave como el que hubiera sufrido con la pérdida de las presidencias de Andalucía y Asturias, puesto que el PSOE no gobernaba en Galicia ni ha tenido muchas oportunidades de hacerlo en democracia. Pero Rubalcaba sufrirá una escalada de su problema interno, más grave que la mala imagen de esta derrota porque amenaza romper el partido. La reforzada mayoría absoluta de Feijóo excluye a socialistas y nacionalistas de cualquier participación que no sea la opositora. Tienen cuatro años para crecer en Galicia o para irse a paseo, y las tendencias ya son claras.

Euskadi es abertzale, como repetían y seguirán repitiendo los portavoces y dirigentes de las fuerzas interesadas. Pero el abertzalismo no es necesariamente separatismo, y los márgenes de organización del poder, que nadie ostenta con mayoría absoluta, ofrecen posibilidades diversas. Lo sarcástico sería que EHBildu cortase el cupón de la paz en el País Vasco, hipótesis que, hagan lo que hagan, merece una respuesta contundente de los demás aunque solo sea para no devaluar sus esfuerzos y dolorosos traumas para conseguir la pacificación con medios democráticos. La mayoría de gobierno por la que opte el PNV puede ser radical con los nacionalistas de izquierda, que tendrían la lendakaritza de Urkullu como territorio semiconquistado; o moderada y convivencial con alguna de las siglas estatales. El PNV ha insistido en no rechazar ninguna posibilidad y marcado distancias con el soberanismo catalán. CiU y el president Mas, por su parte, tendrán que analizar objetivamente la «renta» ganada en Euskadi por la oferta extremista. Dirán otra cosa, pero el 25N puede ocurrirles lo propio en Cataluña. Las negociaciones que ahora se abren son importantes para todo el país. Las internas del PSOE también lo serán si acierta a encauzar estos fracasos. Porque si no acierta, serán otros los que acaben encabezando la leal oposición.