Lo que más preocupa de la reunión de los jugadores del Madrid tras la derrota con el Atlético de Madrid no es que la hubiese sino lo pronto que se produjo. La denominada autogestión la ha habido siempre y la seguirá habiendo, pero que haya que tirar de la fuerza del vestuario cuando sólo se han disputado siete jornadas de Liga eso sí que es llamativo. Carlo Ancelotti estaba tan tocado después del fracaso en la primera prueba seria de la temporada, algo que por otro lado se veía venir debido a las actuaciones tan poco convincentes del Madrid, que hasta Florentino Pérez lo convocó a una cena para ver cómo estaba de entero.

El entrenador del Madrid quiso dar la impresión de que sigue confiando en su proyecto, que no se ha venido abajo, y acorde también con su postura dialogante que es de lo más adecuado prestar atención a lo que dicen los jugadores. Pero buenos son éstos, y en particular los que integran un vestuario de un club grande, lleno de estrellas, cargados de títulos, para detectar rápidamente que el entrenador no cumple las expectativas.

El Madrid por lo demás es un club habituado a la autogestión de los jugadores, a la asunción de responsabilidades por parte de la plantilla, incluso en tiempos de Miguel Muñoz, su entrenador más laureado, porque Di Stéfano era mucho Di Stéfano y lideraba al equipo no sólo en el campo sino también en el vestuario, esa semilla de competitividad que sembró precisamente el gran astro argentino es la que prendió de lo más firme, hasta salvar al Madrid en tantas ocasiones en que su juego no le acompañaba. Las ganas de ganar por encima de todo se han ido transmitiendo a través de generaciones, pero lo que tiene de positivo para mantener la llama tiene como contrapartida un claro fracaso del entrenador.

El jugador se pone por delante del técnico cuando ve venir el desastre, cuando la preparación no es buena, cuando falla la motivación. El toque que le ha dado la plantilla a Ancelotti es de consideración. La prueba del Copenhague no es muy significativa para determinar si es verdad que el italiano necesita tiempo, como no para de reclamar, puesto que el equipo danés es de los más «flojillos» de la máxima competición continental, aunque bien es verdad que la goleada de ayer da un respiro en uno de esos típicos partidos de nada que ganar y mucho que perder.