Se preguntaba Woody Allen en el título de cierta famosa película por qué la gente insiste en hablar de amor cuando quiere referirse al sexo. Algo parecido ocurre ahora con la dignidad, dulce eufemismo que los políticos utilizan cuando en realidad están hablando de dinero.

La dignidad no cotiza en Bolsa, pero es un concepto muy útil que los concejales y diputados utilizan con gran soltura cada vez que pretenden subirse el sueldo. Podrían decir, sin más, que necesitan engordar su nómina como cualquier hijo de vecino; pero quiá. El aumento de la paga se debe en su caso a la mucho más trascendente necesidad de «dignificar» el cargo que ocupan. Los hay que llegan a cobrar hasta 160.000 dignidades al año, o más.

También el nuevo Gobierno griego invoca la dignidad -nacional, en este caso- para que sus acreedores de la UE y el BCE le aflojen a su desventurado país el dogal de deudas que tiene al cuello. Son más de doscientos mil millones de euros en préstamos, o por ahí, los que asfixian a Grecia e impiden a sus mandamases ser dignos de merecer un nuevo crédito para pagar las nóminas a fin de mes.

Poco amiga de los eufemismos, la jefa Ángela Merkel les ha mandado decir por un propio que en asuntos de dinero conviene atenerse a las reglas del prestamista más bien que a las del deudor. Entiende la estricta gobernanta de Europa que el deseo de gastar en funcionarios, televisión pública y electricidad de balde expresado por el Gobierno de Tsipras va en contra del catecismo de la Unión Europea. Por digno y hasta encomiable que sea el propósito, los acreedores temen que tal política haga imposible la devolución de los créditos ya acumulados y los que Grecia aspira a obtener.

Lo malo del asunto es que la otra fórmula aplicada hasta ahora tampoco ha tenido gran éxito. La purga de Benito recetada hace cuatro años por la UE y el Fondo Monetario Internacional no ha hecho sino hundir aún más a los griegos en la quiebra, si bien es cierto que el PIB del país había empezado a crecer ligeramente.

Aquello fue una curiosa variante del principio de Arquímedes -que casualmente era griego- por la que cuánto más se ahogaba el bolsillo de los trabajadores, mayor era el impulso que experimentaban hacia arriba las Bolsas, que recibieron con espectaculares alzas el plan de ajuste.

Ni con la austeridad ni con el gasto tienen, al parecer, remedio los males de ese complicado país. Se ignora, por ejemplo, adónde han ido a parar los millonarios fondos transferidos en su día por la UE a Grecia -y a otros países que no citaremos- con el fin de aliviarlos de su relativa pobreza. A pesar de esa millonada y de los créditos que posteriormente se le concedieron para el rescate, las arcas del Estado griego se han quedado una y otra vez sin blanca.

La explicación del enigma, si alguna hay, quiso darla el que hace cuatro años era vicepresidente de Grecia, el socialista Theodoros Pangalos. «Hemos gastado más de lo que podíamos ganar», dijo el tal Pangalos, «y entre todos nos hemos comido el dinero: eso es lo que la gente no quiere oír». No es de extrañar que los votantes hayan escuchado ahora a otros que no les faltan al respeto y, a mayores, les prometen librarlos de penurias con gasto a caño libre. Infelizmente, la dignidad no cotiza en Bolsa y se ignora con qué dinero van a pagar todo eso. Dios -o Merkel- dirán.