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La mirilla

Fernando Baudet

Editor web

Lo que sobra del verano

Poniéndome al día después de mis vacaciones, no paro de pasar páginas sobre el magnífico agosto turístico de España en general y Málaga en particular. Playas hasta la bandera, los chiringuitos a rebosar, los aeropuertos vomitando lechosos rostros ilusionados que en dos semanas volverá a recibir con la misma ilusión pero tostados y, en su mayoría, cocidos. Sobra gente en verano, digámoslo claro y sin miedo. Y sobran cosas. Valga este listado que a continuación expongo como un borrador sobre el que trazar un verano, si no perfecto, al menos algo más placentero, de cara al lejano estío del 2016.

Todos -los regresados y los que aún están por irse- tenemos un amigo, ese amigo, que encuentra el vuelo más barato, el hotel más limpio y económico y el destino más paradisiaco, elitista y exclusivo del verano. «Pero como, ¿no has estado nunca en Pozal de las Gallinas? Yo he encontrado una casita rural a 7 euros la noche, una ganga». Ese amigo, sobra. Sobran esas familias del norte, esas que nos llaman catetos a los andaluces cuando damos el salto más allá de Despeñaperros, que vienen a degustar las tapitas del sur con la principal inquietud de saber cuántas bolas de ensaladilla trae la tapita y cuál es la clave de la wifi del restaurante. Y que no va la wifi, que no va. Pues que no vengan. Los «vigilantes» de los aparcamientos de la playa. Asómense al coche con el parking lleno, a eso de la hora de comer, a ver si los encuentran. ¿Qué demonios vigilan, además de su bolsillo? De los palitos de selfie que asoman sobre el hombro de uno en una terraza, ni les hablo. Poner a la misma altura tomarse una caña en Mojácar que saltar en una cascada de Indonesia sobra, se mire por donde se mire. Los guarros que dibujan con colillas, latas de Cruzcampo y papel de aluminio su paso por la costa andaluza. Sobran las cometas asesinas, las fuentes con agua caliente. Los chiringuitos sin deporte en sus televisores y facturas millonarias en las mesas. Sobran las chanclas rotas a mitad de camino. Sobran los italianos. Y, sobre todo, las fotos de niños en la orilla. Esas en las que no salen jugando, ya saben. Eso sí que sobra.

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