Un político holandés, Jeroen Dijsselbloem, jefe del Eurogrupo, cuyos pecados bien pueden perdonarse teniendo un apellido así (yo creo que sería mejor llamarlo Jägermeister) ha acusado a los países del sur de Europa de «gastarse todo el dinero en copas y mujeres» en lugar de trabajar y hacer salir a sus naciones de la crisis.

Menudo desinformado. No sabe éste que también nos gusta ir a caballo, comer y echar la siesta, con lo que eso cuesta. Jeroen (¿Jerónimo?) se quejó ayer además de que los periódicos españoles estén dando mucha cancha a sus declaraciones y dijo no entender la indignación que se ha producido. Joder, que tío, este se cree que cuando no estamos follando o bebiendo estamos en la inopia. No, señor mío, sepa usted, que leemos los diarios. A ver si se entera, hombre. Los leemos, aunque leamos solo los que son gratis y leamos nada más que las letras gordas, pero leemos, tenemos inquietudes. Las tenemos ya por la tarde, no muy temprano, esa es la verdad, pero las tenemos.

«Yo no hubiera dicho eso y creo que haberlo dicho es un error», afirmó la comisaria europea de Competencia, Margrethe Vestager, en una rueda de prensa, al ser preguntada por el asunto. Lo dijo un poco de manera mecánica, lacónica, sin convicción. «Yo no lo hubiera dicho». O sea, no está diciendo que no piense lo mismo, está diciendo que no lo verbalizaría.

Está claro que los españoles, italianos, portugueses y griegos tenemos un problema de imagen y más tópicos en lo alto que pelos en la cabeza. La fría y calvinista, eficiente (¿eficiente?), digna y trabajadora Europa norteña está llena de tulipanes y prejuicios y cuando vienen a nuestras playas en lugar de contrastarlos o combatirlos prefieren comerse una paella. No los culpo. Yo cuando voy a Holanda prefiero hartarme de porros antes que profundizar en la idiosincrasia local, no vaya a ser que sea muy profunda y me caiga dentro y no haya quien me saque.

Una vez permanecí un mes en Berlín. Hablé con mucha gente. Lo malo es que no hablo alemán, así que tuve la oportunidad de conocer un poco mejor a los españoles que viven en Berlín o a los bosquímanos y canadienses que viven en Berlín y hablan inglés. También comí salchichas pero sigo juzgando el carácter alemán por un cruce entre lo que cuentan en el canal Historia, mi admirado Rummenigge, las anécdotas de Biscmarck y las novelas de Hans Fallada. O sea.

No es que el Jägermeister sea tonto, que indicios hay, es que dice lo que muchos de sus paisanos piensan, pero sobre todo, afirma algo que da votos y va muy en consonancia con estos tiempos de populismo y posverdad. Eso, ya lo barrunta el lector, sin que por desgracia su aseveración no tenga algo de cierta. Nos hemos gastado el dinero en cachondeo y vino pero también, como dijo Albert Rivera, en gilipolleces (él lo dijo más fino) y en corrupción y en untar a políticos y en que políticos y putos banqueros se lo llevaran crudo. Y ahora nos quejamos. Yo mejor me voy a acostar un ratito.