Las malas noticias ya no refieren hechos aislados sino seriados. Así ocurre, entre otros, con los casos de corrupción, los de violencia de género, los del terror yihadista y, tristemente, las palabras y los hechos de Donald Trump. Su represalia contra el dictador de Siria por un diabólico ataque con armas químicas, y la flota que sitúa frente a las costas norcoreanas, parecen ejemplificar en hechos bélicos sus eslóganes «America great again» y «América first». De puertas adentro, aislacionismo, proteccionismo y xenofobia. En el exterior, acciones que pueden degenerar en guerras no precisamente locales. Nada nuevo en el republicanismo profundo de su país, pero extremadamente peligroso en esta hora del mundo, enfebrecido en gran medida por las secuelas de los mandatos de los Bush, padre e hijo.

No se entiende la aprobación del bombardeo contra Al Assad que han emitido los siete mandatarios del sur de la Unión Europea reunidos por Rajoy. La amenazadora reacción de Putin, protector del autócrata sirio, pone fin a los risibles arrumacos cruzados con el americano y presagia el retorno de la guerra fría en un mundo dividido en bloques. El paso atrás es colosal. A su vez, la flota pretendidamente disuasoria de la agresividad atómica del payaso de Pyongyang pone a China en estado de alarma. Esta doble iniciativa en las zonas más calientes de la Tierra describe el inicio de una escalada de consecuencias impredecibles. Responder a la guerra intestina con más guerra exterior, es generalizar el estado de guerra.

Ningún demócrata es ajeno a la necesidad de neutralizar a Al Assad después de seis años de devastadora guerra civil, ni a la de provocar la caída del norcoreano. El que es capaz de matar con gas sarín y el que chulea frente a la fuerza nuclear de EEUU son monstruosos mutantes de la especie. Pero la calma relativa de la gran mayoría de los pueblos de la tierra desde la caída de la Unión Soviética y el final de la guerra fría no puede ser un valor a expensas de tales especímenes. Antes, los bloques eran dos, ahora serían tres decididos a blindar sus planes de liderazgo internacional. Europa no se cuenta entre ellos y su papel más claro, más exigible, es el de moderar las tensiones, no respaldarlas ni aplaudirlas, con la sagrada perspectiva de garantizar la paz mundial. Aunque fuese una utopía.