Málaga tiene un suelo feroz, que seca los árboles que roban decimales a la terraza hostelera, patrón de medida de esta ciudad, y los sustituye por palmeras, especie de poste telefónico con penacho, dócil de alinear, complemento perfecto para una mesa de ocho. Lo razonable hubiera sido levantar el cadáver, cerrar el alcorque y circulen, que aquí no hay nada que ver, ni palmera ni más tonterías verdes, porque los árboles y arbustos son un problema, como niños pequeños que se negaran a crecer para poder ser útiles y ponerse a trabajar, una cosa antigua y ociosa, todo el día pidiendo cuidados -que si agua, que si poda, que si no me eches esa garrafa de lejía- y en Málaga, dinámica, moderna, y hostelerita, eso ya sobra. Brillantes experimentos como el de la plaza de Camas ya han acreditado que los árboles son innecesarios en el desarrollo urbano, donde la sombra la dan las sombrillas publicitarias de cerveza, el frescor los aires acondicionados de las tiendas y la belleza del paisaje, pues se va usted a su casa y se pone un documental de los de La 2.

Esperamos más avances, y ojalá en un plazo no muy lejano podamos disponer de árboles en realidad virtual, de manera que el ciudadano vaya por la calle contemplando aquellas especies que él mismo ha seleccionado, mejores que los arboles de verdad, y sin manchar nada; ahí tenemos la Alameda, que puede ser un campo extraordinario de pruebas para la definitiva conversión de esta ciudad en una infografía con actualizaciones, un espacio lleno de retos, con tantos metros para terracizar y sombrillizar, con el progreso tocando a la puerta con tanta insistencia, no nos lo vayan a estropear los árboles esos que solo hacen levantar las aceras con sus peligrosas raíces. ¡Estemos atentos, no se nos vaya a escapar!