Tengo una vez más en mis manos la versión española del «Claude Lévi-Strauss ou la structure et le malheur», el primer libro de Catherine Backès-Clément, o Catherine Clément como la conocen las generaciones más jóvenes. Sus comentarios de las obras del maestro. Es un libro importante. En una magnífica traducción de Margarita Latorre. Fue publicado en España por Anagrama en 1974 (en Barcelona, entonces una de las ciudades más cultas y civilizadas de Europa). Sus páginas van amarilleando con los aromas otoñales de los libros vivos. Lo leí por primera vez en una ya lejana juventud. A partir de entonces sus comentarios críticos de la obra de Claude Lévi-Strauss me interesaron. Sobre todo los dedicados al mundo de los mitos, la cultura y la femineidad. Doblemente admirables éstos por venir de una joven feminista, excelente escritora y brillante licenciada en filosofía. Que con 24 años ya oficiaba en La Sorbona como ayudante de Vladimir Jankélévitch.

Entre los años que van desde el 1998 y el 2002 tenía un servidor de ustedes la grata obligación de viajar cada mes a París. Así me lo exigía mi puesto honorífico de vicepresidente de la Association Sesam, institución sin ánimo de lucro creada para favorecer la profesionalidad y la movilidad de los jóvenes de la Unión Europea. Eran los últimos tiempos apacibles, todavía inmersos en la sabiduría antigua, en los que los telefonillos mágicos y sus «confrères» todavía no se habían convertido en una constante y temible amenaza. Por eso ese viaje mensual parisino tenía un aliciente secreto: que no eran los habituales de la ciudad de la luz, sino las horas de serena introspección -con lecturas o sin ellas- en la sala de espera de los aeropuertos e incluso en los aviones. Un lujo supremo que los jóvenes de ahora sin duda nos envidiarían. En el viaje de febrero del 2002 decidí llevarme el libro de Catherine Backès-Clément, ya descrito. Fue una feliz idea. Por muchos motivos. Entre ellos, por poder regresar muchos años después a los textos de aquella valerosa joven inconformista, descendiente de católicos y judíos (éstos últimos sacrificados en Auschwitz) que hace 40 años se atrevió a poner en tela de juicio «la desmesura de nuestra civilización».

Cuando mi avión despegó el 14 de febrero del 2002 del aeropuerto parisino de Orly, con destino a Málaga, oímos los tradicionales saludos de bienvenida. No del comandante esta vez. Sino de la comandante. Pues ese avión de Air Nostrum, la primera compañía de aviación regional de España, era pilotado ese día por una mujer. No recordaba otra experiencia equiparable en mis andanzas viajeras. La verdad es que me sentí emocionado. Y sobre todo, totalmente seguro. Por lo de superioridad innata de las prodigiosas hembras de la especie. Estábamos pues en buenas manos. Al final del almuerzo le rogué a la azafata que transmitiera mis impresiones y mis saludos más respetuosos a la comandante de la aeronave. Me aseguró ésta que lo comunicaría. Unos minutos después, me preguntó si quería saludarla. Nunca se lo agradeceré bastante. A ambas. Me di cuenta de que en mi modesta experiencia vital estaba franqueando los umbrales de una nueva era. Era emocionante el pensar que a los que compartíamos el vuelo 8560 de Air Nostrum, el destino nos había permitido confiar nuestras vidas a aquella eficiente y muy joven comandante, doña Begoña Martín. Un ejemplo más. Como el de tantas otras mujeres, que con inteligente generosidad y donosura nos suelen iluminar desde sus remotas galaxias. Nunca se lo agradeceremos bastante.