Como dicen en las malas películas para evitar demandas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Habíamos quedado en la cafetería del Thyssen, eso es cierto. Llegué cinco minutos antes de la hora y envié un mensaje a mi amigo el poeta para decirle que estaba cerrada. Como todos los lunes. Ninguno habíamos caído en ese pequeño detalle. Escritores. Me dio el nombre de otra cafetería, en la calle Carretería. Julia Bakery. Cuando llegué, mi otro amigo, el escritor de aforismos ya estaba allí. No habíamos vuelto a coincidir desde la presentación de su primera novela y nos saludamos con un fuerte abrazo. El poeta no tardó en aparecer, pulcro, alto y delgado, siempre elegante, desdiciendo la imagen de poeta maldito que todos sus lectores, subrayo el género masculino, desearían. Pidió un café con leche XL y se contuvo de probar alguno de los pasteles que adornaban la vitrina. El escritor de aforismos pidió otro cortado y yo señalé mi té verde. Todavía me queda, dije, haciendo una pausa en mi discurso sobre 'Sur' de Antonio Soler. Estábamos de acuerdo: aquella novela era de lo mejor que habíamos leído en mucho tiempo. De Soler saltamos a la actualidad y el éxito de Juan Gómez Jurado. Acababa de sacar su 'Loba negra', la continuación de 'Reina roja'. Entre el halago y la envidia, porque ninguno de nuestros libros se vendiera como los suyos, la conversación derivó a que el mercado editorial estaba dominado por dos tipos de historias: las que trataban sobre la investigación de un crimen y las de autoficción. Y ahí sí que hicimos sangre. Al menos yo.

—Lo odio —dije con vehemencia—. Es como el Sálvame de los escritores.

El poeta dijo que era una moda pasajera, yo contesté que ojalá. No tenía nada en contra de que la mitad de la humanidad se pasase la mitad del tiempo mirándose el ombligo, el suyo propio, pero de ahí a contárnoslo con todo lujo de detalle y, encima, hacerlo pasar por literatura€ El escritor de aforismos, mucho más templado, quizá porque era el mayor de nosotros y el que mayor estabilidad económica había alcanzado, puso como ejemplo los diarios de Iñaki Uriarte o los de Andrés Trapiello, dos formas muy distintas de abordar el mismo problema. El poeta barrió para casa: prefería los de Gil de Biedma. Yo seguí a lo mío, entre insulto y descalificación, hasta que el escritor de aforismos dijo Mortal y rosa y la imagen de Francisco Umbral y su famosa frase "Yo he venido a hablar de mi libro" en el programa de televisión de Mercedes Milá nos hizo reír. Creo que incluso llegó a imitarle.

—Una vez me lo encontré en un bar, cerca de la Plaza Santa Ana, La casa del abuelo —confesé—. No me atreví a decirle nada. Iba con una mujer, hablaban y tomaban un vino. Estábamos a dos metros y el bar estaba casi vacío. Yo todavía estaba en la universidad. Me llamaron la atención sus enormes gafas de culo de botella y la bufanda. Tenía la imagen que yo creía que tenían que tener los escritores.

—Ahora vamos en zapatillas —interrumpió mi flash-back el poeta, siempre dispuesto a romperme cualquier ensoñación—. ¿Y qué? ¿Estáis escribiendo algo?

El escritor de aforismos contestó que no. Entre la familia y el trabajo no se veía con fuerzas de empezar otra novela. Total, ya no moriré de inédito, parafraseó a nuestro admirado Rafael Pérez Estrada.

—¿Y tú? —me preguntó el poeta.

Y entonces mentí. Todavía no sé por qué lo hice.

—Pezones —dije—, se titula "Pezones".

Los dos soltaron una carcajada.

—¿En serio? —preguntó el escritor de aforismos.

—Sí. Trata sobre la libertad de expresión, la dictadura del algoritmo de Facebook y la censura de Instagram —improvisé—. ¿Por qué no puedo publicar la foto de un pezón si me da la gana? Te puedes quitar toda la ropa que quieras, posar lasciva, incluso obscenamente, siempre que luego le pongas una tirita a...

No volví a repetir la palabra porque las chicas que teníamos en la mesa de al lado nos estaban mirando. Pero ¿qué le pasa al mundo con esa palabra?, pensé y, entonces sí, volví a pronunciarla en un volumen lo suficientemente alto como para que pudieran oírme.

—Pezones.

Las chicas se rieron por lo bajo. Una de ellas se apartó el pelo y me miró inclinada.

—Será por la zeta —bromeó el poeta, que ya se había percatado de la jugada.

—Bueno, yo tengo que volver al curro —se excusó el escritor de aforismos. Casado, dos hijos.

El poeta me miró, yo le devolví la mirada y luego miramos a las chicas.

—Nosotros nos quedamos un rato, ¿no? —dije.

El poeta, que no tenía ningún interés por el sexo femenino, pero siempre estaba dispuesto a ayudarme con mis infidelidades, asintió y se levantó a pedir otro café con leche XL.

—Pídeme una cerveza —le grité mientras me cambiaba a la mesa de las chicas.

Creo que fue así, más o menos, como empezó todo. El encuentro sucedió justo antes de la llamada y faltaban dos semanas para el primero de los asesinatos. Todavía desconocía lo importante que pueden llegar a ser las coincidencias.

  • ¿Quién llamará a Mayo en el próximo capítulo? De tu respuesta depende el desarrollo de la historia