Opinión | Bajo el puente de hierro

Manantial

Te despiertas y es madrugada. Reprimes el llanto que la oscuridad te exige. Pronuncias algunas palabras sin sentido, borrachas de sueño e infancia. Aún siento tu voz como un milagro. Toda niñez es un robo a la nada. Una justicia retorcida. Estamos aquí. A veces es suficiente con esto, con ser sujetos de un verbo perezoso, con esta blanda y mecánica estancia. En esta verbena monótona, sentados lejos del escenario, con las marcas del plástico en la carne.

Te oigo hablar y me despierto porque mi sueño es superficie. Ya nunca buceo. En el mejor de los casos, nado. Pero casi siempre estoy flotando. Como un ahogado. Odio el mar, contigo disimulo. No quiero que heredes mis temores. No quiero que abraces ese legado oscuro y peguntoso, no quiero que te manches las manos. El miedo es el peor de los amigos. Reconforta, porque te sientes abrigado por un rato, a salvo del dolor, pero es sólo una sepultura tierna. Una horizontalidad perpetua. Quiero que ames al hombre que soy y no al que dejé de ser.

Agradezco que no llores, que aguantes unos minutos antes de hacer estallar la noche con tu inconsolable aullido. Voy a tu encuentro a oscuras. Te palpo en la cama. Te beso en la frente. Te arropo. ¿Por qué te destapas cada noche? Tienes los pies helados. La mejilla ártica. Te escondo las manos bajo el edredón. Apelotono a tus peluches. Se muestra tu cara como un planeta hipotético. «¿Estás bien?», pregunto siempre. Nunca hay respuesta. Ya duermes, supongo. O, como una fiera, esperas la calma, con los ojos abiertos, con el corazón pausado, para abrir de nuevo las fauces a la noche. Estoy aquí. Lo sabes. A veces, yo también lo sé. Que estoy aquí. Que lo estaré siempre. Velando tu sueño. Ojalá la vida me regale muchas noches como esta, tediosas y en blanco, sentado en la orilla de tu cama, mirándote sin ver nada, descifrando tu respiración templada. Serás un gigante, Fidel. Las cicatrices son garabatos de luz en tu frente. Poco a poco brotarán ordenadas las palabras.

«A cada vuelta del tiovivo, mi padre diciendo adiós», escribió Susana Benet. Ojalá saber qué fantasma te arrastra del cálido abismo a la vigilia. Quién te destierra, quien te saca del paraíso laxo de tu cuerpo. Ondeo la mano. Círculo minúsculo, caballos desconchados, carpa descolorida. La vida. Un párvulo entusiasmo. Estoy aquí, me repito en cada giro. Amo porque pregunto al futuro y desoigo su respuesta. Amo por la rojez de tus mofletes tras el juego. Amo por este júbilo fugaz. Amo por las primaveras extintas y el tiempo como unas tijeras que se han quedado abiertas sobre la mesa. Amo porque confío. Amo porque en la noche me despiertas. «Luchando bajo el peso de la sombra, un manantial cantaba. Yo me acerqué para escuchar su canto, pero mi corazón no entiende nada», escribió Lorca. Y así me siento, en la ribera de tus desvelos, en la noche luminosa de tus párpados, bajos las estrellas moribundas del techo, junto a la corriente cristalina de tu niñez sagrada.

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