ENTRE ACORDES Y CADENAS

Genocidio palestino y otros mantras

Genocidio. Qué palabra tan potente. Nos hierve la sangre nada más oírla, pues rápidamente recordamos a los millones de víctimas inocentes que perecieron bajo el yugo del régimen nazi. Millones de hombres, mujeres y niños perseguidos simplemente por su condición. En los campos de concentración, cada uno de ellos era identificado con un triángulo de distinto color. Rosa, para los homosexuales; morado, para los testigos de Jehová; marrón, para los gitanos; y amarillo, con un triángulo más en forma de estrella de David, para los judíos.

Más de seis millones de judíos, dicen los historiadores, perdieron su vida, en lo que, en nuestro idioma, se conoce como el «Holocausto». La Shoá, en hebreo. Uno de los mayores genocidios de la historia de la humanidad. Pero lo que pocos saben es que, en sus inicios, este término todavía no existía, sino que fue una creación del jurista polaco de origen judío Raphael Lemkin, que lo acuñó en 1944, en su obra Axis Rule in Occupied Europe (El dominio del Eje en la Europa ocupada).

En sus palabras: «Por genocidio nos referimos a la destrucción de una nación o de un grupo étnico (…). Esta palabra no significa necesariamente la destrucción inmediata de una nación, excepto cuando se lleva a cabo a través de una matanza masiva de todos los miembros de la misma, sino un plan coordinado de diferentes acciones que buscan la destrucción de los fundamentos esenciales de la vida de grupos nacionales con el propósito de aniquilar a estos mismos grupos. Los objetivos de un plan como ese serían la desintegración de las instituciones políticas y sociales, de la cultura, de los sentimientos nacionales, de la religión y de la existencia económica de grupos nacionales y la destrucción de la seguridad personal, de la libertad, de la salud, de la dignidad e incluso de la vida de los individuos que pertenecen a tales grupos. El genocidio se dirige contra el grupo nacional como entidad y las acciones implicadas están dirigidas contra los individuos, no como tales sino como miembros del grupo nacional».

Un concepto que, más tarde, se trasladó al Derecho Internacional, hasta el punto de que fue incorporado como uno de los crímenes susceptibles de ser enjuiciados por la Corte Penal Internacional. Su Estatuto, de 1998, lo regula en su artículo 6, que considera «genocidio» la matanza de miembros de un grupo nacional, étnico, racial o religioso, la lesión grave a su integridad física o mental, el sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial, las medidas destinadas a impedir nacimientos en su seno o el traslado por la fuerza de niños de dicho grupo a otro grupo, siempre que estos actos se ejecuten con la intención de destruir total o parcialmente al citado grupo.

Pues bien, con los textos legales en la mano, que es como debe actuarse cuando se emplean conceptos jurídicos, no lanzando al viento consignas cuyo significado último se desconoce, la actuación de las Fuerzas Armadas israelíes en la Franja de Gaza durante estas dos últimas semanas dista mucho de poder calificarse como genocidio. Y la petición de determinados «líderes» políticos de llevar a Israel ante la Corte Penal Internacional es tan descabellada como ofensiva para cualquier persona que tenga por profesión el estudio de la ley.

Sin ánimo de exhaustividad, ya que estas breves líneas no permiten otra cosa, es obvio que Israel no tiene intención de destruir, ni total ni parcialmente, a la llamada «nación palestina». Si fuera así, ya lo habría hecho. Por el contrario, ante una inminente incursión en el norte de la Franja de Gaza con la finalidad de rescatar a los rehenes tomados por Hamás, ha avisado a la población civil para que huya hacia el sur. Curiosa forma esta de destruir a un colectivo, avisándoles de que se disponen a atacar para que puedan marcharse y salvar sus vidas.

Israel no ha perpetrado matanza alguna de palestinos, simplemente ha bombardeado posiciones de Hamás, cuyos miembros, no lo olvidemos, sí que han llevado a cabo matanzas de israelíes, con decenas de bebés degollados y familias enteras violadas y asesinadas delante de sus seres queridos. Y cuyos miembros, tampoco lo olvidemos, también han ejecutado a cientos de palestinos por el mero hecho de no comulgar con sus ideas o simplemente por huir hacia el sur.

En resumen, el supuesto «genocidio palestino», esa consigna que hemos visto en las pancartas de varias manifestaciones durante los últimos días es, desde un punto de vista jurídico, un sinsentido. Otro de los muchos mantras que, en la actualidad, repiten hasta la saciedad determinados políticos que, si bien callan ante las atrocidades de Hamás o de Hezbolá, que guardan silencio cuando se lapida o se prende fuego a una mujer por adulterio, descargan su veneno contra Israel cada vez que se pronuncia su nombre.

El antisemitismo, al parecer, no es sólo cosa de nazis.

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