La vida moderna Merma

La Dani y las etiquetas

La Dani es mucho más que un talentoso artista en ascenso; es un faro de autenticidad en un mar de convenciones sociales

La Dani.

La Dani. / L. O.

Gonzalo León

Gonzalo León

En la gigantesca constelación del arte y el entretenimiento, emergen ocasionalmente estrellas que desafían los moldes, rompen barreras y trascienden de las etiquetas habituales. La Dani, un malagueño absolutamente singular, se eleva como uno de esos astros impares que iluminan el panorama artístico con su brillantez multifacética.

Con apenas 31 años, La Dani ya va asomando la patita en la escena pública española si bien su espacio de mayor desarrollo es la vida en su conjunto. Su historia, más que una narrativa de ascenso a la fama, es un relato de autenticidad, de desafío constante a las convenciones y de perseverancia ante los obstáculos.

El viaje de La Dani -su nombre ya apunta maneras- hacia el estrellato comenzó en el mundo de la música urbana, donde labró su camino con una colección originalísima de sencillos con títulos que apuntan alto como Gordo y apretao. Sin embargo, su incursión en el cine, en la película Te estoy amando locamente, marca un hito crucial en su carrera. Interpretando el papel de un activista LGTBI en la Sevilla de los años setenta, La Dani ha demostrado su versatilidad artística y su capacidad para encarnar personajes complejos con una autenticidad conmovedora. La película es extraordinaria y él encuentra, por fin, lugares y espacios en los que se mueve como guarro en charca. Es evidente que esto no ha hecho más que empezar. Y es que con la llave aún en la cerradura con la que se abre paso en este mundo, ya cuenta con dos nominaciones de postín: mejor actor revelación en los Goya y mejor actor de reparto en los Feroz.

No sabemos cómo acabará esto. Pero la cosa pinta bien para quien superó los pronombres para ser La Dani. Amante de las Locas y que, haciendo un símil entre el dulce malaguita y su carrera, probablemente el cine sea la guinda para un pastel que se va a devorar sin miedo alguno.

Aún recuerdo, hace unos años, cuando durante una Noche en Blanco, Ernesto Artillo y Gonzalo Otalecu montaban una super performance en el Palacio Episcopal. Bajo el título de La mujer que llevo fuera, se presentaban en un lugar tan singular una exposición de personas que vestían trajes intervenidos por Ernesto. No se me borrará jamás, mientras cubríamos aquello para el gabinete de comunicación del Palacio, ver a La Dani sobre una peana, con el pelo rizado en perfecta sintonía con Camarón en sus años mozos y con un sobresaliente -y gigante- tatuaje femenino que sobresalía de su peludo pecho. Vaya, en definitiva, una rebujina rarísima. La cosa es que lo miré y automáticamente estaba en una escena de Almodóvar. En La mala educación, en Pepi, Luci y La Dani. Estaba ante alguien que olía desde Lebrija a despunte. Y así tenemos al niño, niña, niñe ahora.

Pero más allá de sus primeros logros en los escenarios y las pantallas, La Dani personifica un desafío constante a las etiquetas impuestas por la sociedad. Se identifica como una persona de género no binario, desafiando las nociones predefinidas de masculinidad y feminidad. En una entrevista reciente, cuestionó con humor y profundidad las etiquetas que la sociedad tiende a aplicar, desafiando la rigidez de las definiciones y abogando por la libertad de expresión y autenticidad.

Su historia personal es un viaje de autoaceptación y superación de los desafíos. Desde su infancia en Málaga, donde se enfrentó a la incomprensión y el rechazo en entornos escolares, hasta su búsqueda de identidad en una sociedad que a menudo se aferra a las convenciones, La Dani ha sabido transformar los desafíos en oportunidades para crecer y evolucionar.

Lo que hace especial a La Dani va más allá de su talento artístico. Es su autenticidad, su valentía para ser quien es en un mundo que a menudo busca encasillar a las personas en cajas predefinidas. Su narrativa es un recordatorio de que la verdadera grandeza reside en la honestidad consigo mismo, en abrazar lo que uno es y defenderlo sin disculpas.

Su rechazo a la autoimportancia y su enfoque en lo esencial resuenan poderosamente en un mundo obsesionado con la fama y el reconocimiento superficial. La Dani no se deja seducir por la promesa de la fama deslumbrante; en cambio, abraza la esencia misma de su arte, encontrando satisfacción en la posibilidad de expresarse genuinamente desde sus clases para aprender a ser peluquera.

Y quizá sea sin darse cuenta -o dándose- en un faro de esperanza para muchos que luchan por encontrar su voz en una sociedad que a veces parece sorda a la diversidad y la autenticidad como bien se identifica en la película por la que la nominan. Su historia no es solo la de un artista en ascenso, es un testimonio de superación personal, de desafío a los estereotipos y de inspiración para quienes sueñan con ser auténticos en un mundo que a menudo busca moldearlos.

La Dani encarna la esencia misma de la evolución, desafiando las normas sociales y culturales con cada paso que da y probablemente sin la más mínima premeditación por conseguirlo. Le sale sin más. Su presencia en la escena artística no solo promete entretenimiento de calidad, sino que también proyecta un mensaje de inclusión, aceptación y valentía para ser uno mismo.

En un mundo donde las etiquetas intentan definirnos, La Dani nos recuerda que somos mucho más que las cajas en las que intentan colocarnos. Nos invita a celebrar nuestra singularidad, a desafiar las expectativas y a abrazar nuestra autenticidad con valentía.

La Dani es mucho más que un talentoso artista en ascenso; es un faro de autenticidad en un mar de convenciones sociales, una voz que resuena en la diversidad y un recordatorio poderoso de que la verdadera grandeza radica en la honestidad y la valentía de ser uno mismo y no un cagado.

Ojalá gane alguna de las dos estatuillas. Y, de manera tan fresca y sencilla le haya dado una guantá sin manos a los infinitos tontos que hacen del mundo, sin duda alguna, un lugar peor con sus sandeces.

Viva Málaga. Y La Dani.

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