Opinión | Notas de domingo

En ocasiones oigo voces

Instalación en la Alameda Principal y la plaza de la Constitución de las tribunas y los palcos para el recorrido oficial de la Semana Santa de Málaga.

Instalación en la Alameda Principal y la plaza de la Constitución de las tribunas y los palcos para el recorrido oficial de la Semana Santa de Málaga. / LMA

Lunes. Grabo una columna para El Flexo de Paco Reyero, en Canal Sur radio. Me sale una voz como metálica, gutural, cavernosa, de lunes, como de no haber tomado café. A veces sueño que mi voz toma vida propia y se va por ahí sin mí a vivir aventuras. Se va al mundo de las voces, donde seguramente hablaran a voces. Yo, mientras mi voz se marcha quedo afónico o mudo y no sé qué hacer y entonces como no puedo hablar, escribo. Y escribo sobre la voz, no a voces. La voz es un buen nombre para un periódico. No para una sección o columna, La voz, ya que sería algo pretencioso, monopolista, como si su autor fuera la única voz, la autorizada o pontificante.

Martes. Novedosa formúla para romper el hielo e iniciar una conversación de ascensor: que si la jibia es lo mismo que la sepia.

Miércoles. El contubernio de hoy es en La Alvaroteca, calle Gerona, donde hay tranquilidad y un estupendo menú degustación. El chef Álvaro Ávila nos va explicando los platos -qué sublime aceitunón casi líquido de aperitivo- y cuando llegamos a uno de los postres, mousse de Pantera Rosa (el legendario pastelito) me vienen sabores y recuerdos de la niñez. Creo que el citado dulce industrial ha sobrevivido, igual que el Bony, que era de chocolate con mermelada de fresa dentro. Tras el repaso a la actualidad personal y política, periodística, la tarde se abre tentona y propicia para enseñorearse un rato en el Café de Estraperlo, plaza de Alfonso Canales, en el que coincidimos con un grupo de bohemios profesionales que nos dan alegría, conversación y una contemplación del dorado crepúsculo que pareciera de viernes. O sábado.

Jueves. Me topo con Gonzalo Fuentes, histórico dirigente de CCOO, miembro de la dirección nacional de ese sindicato. Lo veo en forma, me da noticias del convulso Madrid político, donde pasa buena parte de la semana y lanza su diagnóstico sobre nuestra ciudad, tomada por los apartamentos turísticos y los fondos de inversión. Continúo mi paseo a trote lento, observando tribunas, inspeccionando preparativos, indagando en el sillerío que han formado en muchas calles. Los turistas miran atónitos o perplejos toda esa infraestructura semanasantera y una gaviota traviesilla se posa en una de las tribunas móviles. Inspecciona el horizonte, mira a la mar y luego alza el vuelo altiva. Si le gustan los tronos, a la gaviota, desde luego tendrá una perspectiva cenital inmejorable.

Viernes. A veces solo hay que mirar al cielo para encontrar asunto para el artículo del día. Miro. Calima. Aunque ayer hubo más. Cielo rojizo. Pugna entre el azul y el rojo. Todo al rojo. Interesante lucha cromática. Como no todo va a ser mirar al cielo, me interno en el Museo Thyssen a mirar cuadros. Al acabar la mañana, las pupilas están un poco exhaustas de tanto cromatismo, ya sea del cielo o de las paredes. Me imagino como sería ver solo en blanco y negro. El plan para la noche es la última de Woody Allen con patatas fritas. Golpe de suerte se llama. Allen en estado puro. En París. La película trata sobre el azar, las casualiades, la infidelidad. Hay conexiones con Match Point y con Misterioso asesinato en Manhattan. No sé cómo sería una película de Allen ambientada en mi ciudad. A lo mejor en ella una pareja sostenía una conversación chispeante sobre el amor en un plano largo y en movimiento, desde la plaza de la Marina a la de la Constitución. Todo Larios. No se vería el mar. No, el mar tiene que verse.