Opinión | Arte-Fastos
Pequeños gestos de modernidad
En la introducción del voluminoso catálogo titulado 'Centro y periferia en la modernización de la pintura española (1880-1918)', Carmen Pena, comisaria de aquella magna exposición, recalca que en aquellos convulsos años de cambio de siglo acontecieron dos elementos interaccionados, Regionalismo y Regeneracionismo, que confluyeron en el irregular proceso de modernidad pictórica del país y determinaron dos circunstancias decisivas: por una parte, el apogeo del paisaje realista como género reivindicativo de una identidad física y cultural; por otra, y como resultado de esta sublimación ideológica y diferencial, la creación –mítica o real- de supuestos estilos o escuelas regionales, auspiciadas, en ocasiones, desde una conciencia nacionalista (casos vasco, catalán y gallego).
Desde finales del siglo XIX y hasta fechas demasiado recientes, en Málaga también pervivió la creencia de una supuesta Escuela de Pintura malagueña cuya formulación, a decir verdad, se forjó más por motivos económicos y proteccionistas que por razones identitarias y simbólicas; equívoco que el profesor Francisco Palomo Díaz aclaró mediante un certero estudio crítico (Boletín de Arte, UMA, núm. 13-14). Concluye que no hubo Escuela porque no hubo distinción estilística en la factura ni en la iconografía; y de hallar algún rasgo diferencial en la pintura malagueña finisecular sería que «el color está supeditado al tono y a sus escalas y degradaciones en favor de los valores claroscuristas y de profundidad, de la atmósfera y de las calidades táctiles». Diversos pintores acogieron esta praxis modernizadora: Ruz Martos, Gómez Gil, Félix Iniesta… o Joaquín Capulino Jáuregui (1879-1969), reconocido paisajista, del que hemos localizado en una colección privada malagueña un claro ejemplo de este «comedido» afán de renovación no vanguardista.
La obra, un óleo sobre tabla, sin título y de pequeño formato (12 x 21,5 cm.), aunque firmada y fechada en 1904, representa un paisaje rural: un claro en primer término se sitúa entre un altozano pedregoso y un cerro con arbolado autóctono (se adivinan quejigos y alcornoques). En la zona derecha, aislados, una tapia y un portón insinúan presencia humana. Ejecutado del natural, ubicamos el paraje en los Montes de Málaga y la hora elegida el ocaso (la profundidad de las sombras y la luminosidad contrastada así lo delata). Pero su impronta realista y espléndida factura no deben ocultar, sin embargo, el debate entre tradición y modernidad que se advierte en su concreción plástica. Así pues, en consonancia con las proclamas regeneracionistas, la imagen representa un homenaje al paisaje local, entrañable y sincero, refugio de esencias y valores etnográficos. Una reivindicación moderada que asume el género (paisaje) y la técnica (tono, escalas, valores…) como instrumentos de modernidad artística; aires nuevos que atrajeron, incluso, a un pintor tan academicista como Capulino Jáuregui.
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