Opinión | Viento fresco
Pesadilla de obras
No se es un columnista serio si no se brama de cuando en cuando contra ellas.
No se es un columnista serio si no se brama de cuando en cuando contra las obras. Ya nos lo enseñó Javier Marías, que en gloria (y sin obras) esté. Da igual qué obras. Obras, caca. Ruido, desasosiego, aparcamientos eliminados, autobuses que se atascan, señalización confusa, arritmias, mal humor, señores provectos que caen en zanjas dejando en herencia a sus vástagos, e incluso a sus hijos, una hipoteca inversa, un coche viejo y los recuerdos de aquellos veranos en la playa. Están abriendo en canal mi barrio para abrirle paso al metro, que primero en Málaga fue un animal mitológico, luego un boquete eterno y ahora un medio de transporte ágil y cómodo. Pero la paz duró poco. Casi tras la inauguración de las estaciones de Atarazanas y Guadalmedina (aún está boquetosa la calle Callejones del Perchel) la piqueta y las excavadoras volvieron a la carga. La que tengo en la puerta me parece, como a los indígenas que vieron a los primeros españoles con armadura y a caballo, un mismo ser. El maquinista y su excavadora: fusionados, un hombre con cuerpo de excavadora. Que parece que me tiene cogidos los horarios de la siesta para ponerse a trabajar.
Las obras son necesarias y luego te alegrarás, me dice mi voz interior, a la que últimamente oigo poco porque duerme tan poco como la exterior. Las aceras están llenas de polvo y la estatua de un santo la han trasladado de milagro. La parada de autobús de los colegios es ahora un montón de alquitrán y los padres han de ir al sexto pino a recoger a los chaveas, que si se descuidan pisan un cable. Los automovilistas pierden la calma y meten unos pitidos de no te menees. Pero claro, no puedes menearte y el pitido es como redundante. El semáforo se pone en verde y nadie puede avanzar. Es como una oportunidad perdida. La gente llega tarde al trabajo y hasta el que no tiene prisa y no lo espera nadie pierde los nervios como se pierden unas llaves en una discoteca. Eso sí: las obras dan asunto de conversación. No veas las obras, vaya ruido, dice el señor del cuarto cuando viene de comprar el pan. Mal. En esta época hay que estar ya hablando del tiempo, que hay que ver el calor que tenemos ya en pleno mayo. En el bar de abajo (qué gran institución «el bar de abajo», cuánto ha hecho por la cohesión social e incluso matrimonial), los obreros se atizan un volquete de judías con chorizo sopesando si de segundo pedir chuleta con patatas o rosada frita. Una de las grandes mentiras de occidente tiene dos palabras: flan casero. Hay que irse a casa, al castillo, asediado por ruidosos, obras, polvo y calor. Renunciando incluso a comprar el pan. Por las obras nuestras de cada día.
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