Unos reyes magos muy cofrades, tocados con turbante y capirote de cartón forrado de terciopelo, más ilusionados, quizás, que los propios menores que les esperaban, recorrieron en la mañana de ayer la calle Trinidad anticipando el encuentro posterior de Sus Majestades con Málaga y los niños de la ciudad en la Cabalgata. Fueron desde la casa hermandad del Cautivo hasta la iglesia de San Pablo, para repartir los regalos que les habían pedido, pero en su pasacalles despertaron a un barrio que necesita de este tipo de actividades para reecontrarse y recuperar lo que un día fue y ahora añora.

Melchor, Gaspar y Baltasar llegaron tras las gestiones realizadas por la comisión de Caridad de la cofradía del Cautivo y de su grupo joven. Todo estaba preparado. Durante los días anteriores se habían encargado de repartir las cartas para que fueran escritas con las peticiones de una treintena de niños de familias que la hermandad atiende durante todo el año a través del economato de la Fundación Corinto. Estas, a su vez, fueron confiadas a los miembros de la junta de gobierno, que de forma generosa se encargaron de hacer los pedidos, apadrinando de esta manera a los pequeños en riesgo de exclusión social, envolverlos y llevarlos a la cofradía para su organización y posterior entrega a manos de los monarcas.

Ojos como platos. Nervios y respiración agitada. Alguna lágrima, la de los más pequeños, que nos se atrevían a acercarse a los Reyes porque aún les imponen y lo hacían en compañía de sus madres...

Todo un cúmulo de sensaciones, de sonrisas sinceras, de emoción desbordante, cuando los niños recibían lo que habían pedido: un juguete, el que ellos querían, y una prenda de ropa o de calzado, para que aprendan que los Reyes también se encargan de pensar en cosas útiles. Además, todos los niños presentes recibieron un pequeño peluche.

Melchor, el venerable anciano europeo, con ampulosos ropajes morados; Gaspar, recién llegado de Asia, de vistosa túnica celeste y burdeos; y Baltasar, el africano, el más joven de los tres, de elegante atuendo negro, blanco y dorado. Como no podía ser de otra manera, Sus Majestades seguían la estrella de Oriente, un artístico meteorito de porexpan y purpurina que guiaba su camino, flanqueado por dos pendones reales y que transportaban los pajes de los Reyes. Detrás, una formación de músicos de la banda de la Trinidad, perteneciente a la cofradía, tocaba villancicos. Sus notas despertaron la curiosidad de quienes en el barrio no conocían su regia presencia, se acercaban y participaban de la celebración. El emisario real recogía las cartas de los más rezagados y los Reyes lanzaban caramelos.

Recepción corporativa

Llegaron a la iglesia y accedieron por la puerta principal. Allí les esperaban de forma corporativa el hermano mayor de la cofradía, Ignacio Castillo, encabezando una representación de la junta de gobierno, con bastones y el guión, así como el párroco de San Pablo, Manuel Arteaga. Ambos agradecieron efusivamente la audiencia concedida a los niños de la Trinidad, sabiendo que venían cansados de un largo viaje y que les esperaba una interminable noche de trabajo recorriendo todas las casas de los niños que se han portado bien.