Los hermanacos vestidos de morado iniciaron el cortejo procesional del Viernes Santo en la Semana de Pasión de Antequera. A las siete y media de la tarde la imagen del Niño Perdido abrió los pasos procesionales, con el estreno de la restauración del nimbo de plata, colocado en la cabeza, tras los trabajos realizados en la Orfebrería Triana, de Sevilla.

Seguidamente iba el Dulce Nombre de Jesús, el Cristo de la Buena Muerte y, para cerrar la procesión de la Cofradía de Abajo, la Virgen de la Paz Coronada, esta última en el aniversario de sus 200 años de realización por Miguel Márquez.

El nuevo trono del Dulce Nombre fue una de las novedades que se pudieron apreciar. Con este cambio, los hermanacos levantaron sobre sus hombros menos peso por ser un trono más ligero al llevar las andas de aluminio.

La cofradía estuvo acompañada por el Tercio de la Armada de Infantería de la Marina llegado desde San Fernando, musicalmente acompañó la Banda de Cornetas y Tambores Dolores Coronada, de Álora, y la Banda Municipal de Música de Casabermeja.

Este año el recorrido ha sido cambiado, siendo acortado por la calle Lucena, tanto por dicha hermandad como por la del Socorro, ya que al llegar a Madre de Dios subían por la calle Lucena para entrar por la calle Infante a la plaza de San Sebastián, donde realizaron el tradicional encuentro.

Seguida de la Virgen de la Paz salía pocos minutos después la Cruz de Jerusalén de la Cofradía del Socorro, Nuestro Padre Jesús Nazareno acompañado por Simón de Cirene y la Mujer Verónica a sus pies, quien este año portaba un paño realizado por la pintora malacitana Conchi Torés, cerrando el cortejo la Virgen del Socorro Coronada.

Ya en medio del silencio, y tras los pasos de la Cofradía del Socorro, hacía su aparición la Cofradía de la Soledad que volvía a poner en las calles de Antequera como el pasado año el trono de la Cruz Guía; la urna del Santo Entierro de Cristo; y cerraba el cortejo el trono de palio de Nuestra Señora de la Soledad, que este año ha sido ataviada por su nuevo vestidor Antonio Castillo Jarén.

Tras recorrer las calles del centro al unisono, la Cofradía de la Soledad regresaba a su barrio del Carmen por Cuesta de los Rojas, soñando con la posibilidad de poder procesionar el Sábado Santo algún año. Mientras, al mismo tiempo, Paz y Socorro se encontraban en la céntrica plaza de San Sebastián.

Posteriormente tenía lugar la tradición de correr las vegas por las empinadas cuestas, tras las cuales las cofradías llegan a sus templos sedes. La Virgen del Socorro llegó al Portichuelo con la escolta de los Regulares número 52 de Melilla.