Tiene mucho mérito lo de este Unicaja. Mucho más del que le presuponemos. El equipo malagueño firmó el mejor arranque de su historia, una renta que, cuando llegaron las vacas flacas, está sabiendo manejar y reubicar. Le ha bastado para meterse en la Copa del Rey, como quinto tras el patinazo de Santiago. Ahí sigue arriba, mirando a la cara a Madrid o Baskonia. Y en el Top 16 de la Eurocup, lo que queda de ese Unicaja que nos maravilló a todos hasta noviembre, sobrevive. Que no es poco. Digo lo que queda del Unicaja porque el equipo lleva ya unas semanas jugando sin escoltas ni aleros. Sí que salen a jugar, claro. Pero no están al nivel de lo mínimamente requerido para jugar en un club, se supone, de elite. Y claro, pasa lo que pasa. Salin va y viene (robando balones decisivos pero tirando triples a destiempo), Waczynski está desconocido, casi para no jugar, y resta en ataque y defensa; y Milosavljevic sigue siendo el Milosavljevic del Unicaja. O sea, poca cosa.

Para colmo, Dani Díez, notable de un tiempo a esta parte, tiene que tapar el hueco dejado por la lesión de Suárez y también las tremendas carencias defensivas de Wiltjer. Cuando el canadiense enchufa, da gusto. Pero cuando eso no pasa, que cada vez es más a menudo, duele los ojos ver los desequilibrios que crea atrás. Pues con todos estos problemas, el Unicaja sobrevive. Bueno, más el de Jaime Fernández. El madrileño, el mejor jugador nacional de la ACB en los primeros meses de competición -me atrevería a decir que también extranjero-, está muy lejos de lo que mostró. Parece ya un tema de ansiedad. No le entran los tiros liberados, ha perdido la chispa y el primer paso... Tiene pinta de que esa «mochila de presión» de la que Luis Casimiro habló el martes le está dejando maniatado, sin circulación ni respiración. Él mejor que nadie ha de saber que, si no sale a jugar a divertirse, lo suyo puede ser ruinoso. Urge que Jaime haga lo que sabe. No a ese nivel espectacular del arranque, pero sí tratando de aplicar cordura.

A toda esta amplia y extensa batería de problemas, el Unicaja ha sabido reponerse de forma airosa. En Limoges, este miércoles por la noche, dio un paso de gigante y asaltó la pista gala por 77-78, consolidando su segunda plaza, a una del líder Valencia (viene a Málaga el miércoles que viene) y con dos triunfos más que el Estrella Roja, a falta de dos jornadas para la conclusión de este Top 16. Es decir, que el equipo malagueño depende de sí mismo para pasar como primero o segundo de grupo, aunque las matemáticas dicen que aún se puede quedar fuera... Poco a poco iremos viendo.

De estar a un paso de los cuartos de final son responsables absolutos Brian Roberts y Mathias Lessort. El base, por su liderazgo silencioso, su elegancia en la pista y su capacidad para coger la bola y meter cuando hay que meter. Se ha pasado el americano de 33 años regulando cuatro meses y ahora, que hace falta un líder ante la manifiesta ausencia de jugadores por fuera, se ha echado el equipo a la espalda. Le faltó un centímetro en Santiago para coronarse y ante el Limoges, un rival muy poca cosa para caminar por estas lides europeas y con bajas importantes, Roberts se fue a los 20 puntos. Es más, en el último cuarto se cascó 13. Uno tras otro... Incluidos los tiros libres decisivos del final.

Y si hubo alguien que permitió al Unicaja sobrevivir hasta que Roberts apareció con la capa y sus superpoderes, ése fue Mathias Lessort. Su intensidad, su voracidad, sus ganas por ayudar, por multiplicarse, por sumar están siendo lo mejor de este Unicaja de entreguerras y deprimido. Da gusto ver combatir a Lessort. Es un auténtico monstruo. Y en su vuelta a Francia dejó claro que está llamado para grandes retos a sus 23 añitos: 14 puntos, 8 rebotes y 26 de valoración. Números de gigante.

El Unicaja arrancó bien, luego reculó y Shermadini, en sus únicos minutos buenos, hizo que el Unicaja dominara al primer cuarto, con una «bombita» de Boatright (18-21). El juego exterior malagueño comenzó a ser una rémora (33-28) pero un triplazo de Roberts puso al Unicaja arriba al descanso: 38-40. Tras el paso por el vestuario, el Unicaja se empeñó en animar el partido pasando olímpicamente de defender. El Limoges penetró con suma facilidad. Y se aprovechó: 54-50. Con Lessort como único referente, anotando de uno en uno desde la personal, el base francés Rousselle dejó tocado a los cajistas: 61-55.

Tras casi tres minutos sin que se moviera el marcador tras el arranque del último acto, Roberts comenzó con su «show»: 63-65. El Unicaja se empeñó en lanzar solo de tres (25 de dos y 31 de tres, y con horrible porcentaje del 25%), pero es el Limoges quien acertó: 66-65. Nueva crisis malagueña, con Boutsiele aprovechando la lentitud de Shermadini para castigar desde cinco metros: 70-67 (min.37).

Los tiradores son jugadores diferentes y especiales. Wiltjer, que llevaba 1 de 9 desde tres, anotó una «bomba» que metió al Unicaja en el partido: 70-70. Pero el Unicaja se empañaba en perder el partido, con pasos de Waczynski y pérdida de Jaime. Taylor anotó tras la falta de la frustración de Jaime: 72-70. Y fue cuando Roberts salió definitivamente al rescate del partido: 72-72. Y dos tiros libres, a 56 segundos del final: 73-74.

El partido aún tuvo un último momento de locura, con una pérdida de Roberts y rápida recuperación posterior de Salin. Y ahí se acabó, con el intercambio de tiros libres entre Roberts y Taylor: 77-78. Victoria clave para avanzar al Top 8 de los malagueños, que son segundos con tres victorias y una derrota, a un triunfo del Valencia (4-0) y con dos de ventaja sobre el Estrella Roja (1-3). El Limoges, colista con 0-4, ya está eliminado.

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