El Parlamento europeo fue elegido por sufragio universal y directo por primera vez en 1979. Desde entonces, en cada convocatoria los politólogos dirimen si las europeas son elecciones de primer o de segundo orden, es decir, si los programas se centran en asuntos de política nacional, los electores les conceden una importancia menor que a las generales y la participación es inferior. Los partidos repiten con una insistencia sospechosa que son decisivas para nuestro futuro, pero resultan poco convincentes y los ciudadanos tienen la extraña sensación de que la campaña les está hurtando la auténtica perspectiva europea de sus problemas. Es lógico e inevitable extraer de todos los procesos electorales que se celebran conclusiones sobre la evolución del panorama político interno. Otra cosa es plantear ya de inicio las elecciones europeas como una vuelta de prueba en la competición política nacional, útil para confirmar los datos de las encuestas y comprobar el alineamiento de las preferencias electorales. Esto desvirtúa el sentido de las instituciones y de la votación.

La sociedad española está políticamente dividida en dos. La parte que muestra interés procura estar informada y se mantiene implicada en la vida pública de forma continua; casi una mitad hace un esfuerzo por comprender la importancia de estas elecciones y responder al reclamo europeo, pero los partidos no cumplen con las expectativas y desvían la atención hacia otros asuntos suscitados de manera inoportuna, como el típico incidente de Aznar con su partido o la absurda moción de censura anunciada en Extremadura, cuando no reducen todo a una petición previa de derrota del adversario, sea éste el PP, el PSOE o el manido bipartidismo.

Mientras, Europa es un manojo de problemas que nos afectan, querámoslo o no. La Unión padece una crisis de identidad. Los sondeos pronostican una posible victoria en países centrales de partidos cuyo propósito es romper el consenso que ha dado estabilidad política al continente durante medio siglo. Varios estados están en riesgo de desmembración. Es hora de evaluar la ampliación al Este y las relaciones con Rusia. El futuro del Estado del bienestar se adivina sometido a cambios y muy incierto. La integración política avanza al mismo tiempo que las diferencias entre el Norte y el Sur aumentan y se hacen más visibles. España es parte de la controvertida realidad europea. La inexistencia de grandes fuerzas populistas no implica que el populismo esté ausente de la política nacional. El Gobierno tiene la legitimidad de los votantes, pero gobierna con un estilo tecnocrático. La actuación de Europa en la crisis económica que atraviesa nuestro país tiene cara y cruz y requiere una explicación de ambas a los ciudadanos. La corrupción emergida por todas partes podría ser una oportunidad, por el momento desaprovechada, de generar respeto y confianza entre nuestros socios europeos. Éstos y otros problemas ocupan a los investigadores universitarios y son abordados a diario en las páginas de los periódicos. Sin embargo, el discurso que emiten los partidos en la campaña anda perdido en vaguedades insulsas, como si nada nuevo hubiera que decir desde las elecciones anteriores. Se apoya en una visión abstracta e ingenua de Europa. Pero la crisis ha modificado nuestro punto de vista. La exhortación de los candidatos para llevar a los electores a las urnas es percibida ahora como la monserga habitual de las elecciones europeas.

El historiador británico Tony Judt, autor de una monumental historia contemporánea de Europa, tras advertir que es posible que se esté cerrando el paréntesis histórico abierto al final de la segunda gran guerra, escribió en el epílogo que puso a unas conferencias impartidas en 1995 en Bolonia: «Si vemos la Unión Europea como una solución para todo, invocando la palabra Europa como un mantra, un día nos daremos cuenta de que, lejos de resolver los problemas de nuestro continente, el mito de Europa se habrá convertido en un impedimento para saber reconocerlos». No debemos engañarnos. Europa no es una hermosa idea andante. Somos parte de una realidad problemática, no de una entidad mítica. Es cuestión de ponernos a lo que estamos. Los candidatos del PP y del PSOE debatieron finalmente ayer en la televisión tras intensas negociaciones sobre el debate.

¿Podemos permitirnos este desvarío de campaña electoral?